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Crítica de cine | Amor a la Deriva

Para nuestro crítico de cine Amor a la Deriva es el equivalente cómico del género melodramático televisivo. ¿Usted ya la vio?

Amor a la Deriva es la nueva escalada en la conquista de Hollywood protagonizada por el comediante Eugenio Derbez. Es un “remake” de “Overboard” (Garry Marshall, 1987), una comedia romántica diseñada para los talentos de Kurt Russell y Goldie Hawn, pareja en la vida real, que en ese momento se encontraba en el pináculo de su potencial taquillero. La trama retorcía el concepto de los opuestos que se atraen. Hawn era una millonaria malcriada que humillaba a un apuesto pero humilde carpintero. Cuando un accidente la deja amnésica, el hombre, viudo, se desquita convenciéndola de que es su esposa y la explota para que realice trabajo doméstico y cuide a sus tres hijos. No he vuelto a ver la película desde su estreno, pero imagino que su política de género era… problemática. Y más aún ahora, a la luz del despertar de la conciencia alrededor del problema social del acoso y el abuso sexual.

La nueva versión reduce el riesgo de misoginia con una reversión de géneros en los protagonistas. Leonardo (Derbez) es el hijo preferido de un magnate del concreto. Vive la vida loca a borde de un lujoso yate. Hasta ahí llega Kate (Anna Faris), joven viuda, madre de tres niñas. No puede pagar sus cuentas aunque tiene dos empleos, repartiendo pizzas y limpiando por contrato. En esa capacidad llega al barco de Leonardo. La condescendencia burlona con que trata a la mujer culmina con ella en el agua, nadando junto a su equipo. El gran arco de la trama se acciona y el pesado niño rico queda desmemoriado en un hospital. Kate se materializa con fotos trucadas y una historia convincente. Sale con un marido, un niñero y un segundo ingreso.

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La película es legítimamente subversiva a la hora de retar los estereotipos imperantes en la cultura norteamericana sobre los latinos. En la era de Donald Trump, es provocador recordarle al más amplio público anglosajón que en México también hay millonarios. La protagonista femenina, tan gringa que es rubia, también es blanca, pobre, y con pocos prospectos de movilidad económica. Nos detiene de etiquetarla como una votante de Trump la cálida relación que sostiene con su grupo de apoyo, todos latinos: Theresa (Eva Longoria) es la dueña de la pizzería donde trabaja, su esposo Bobby (Mel Rodríguez) es un bonachón que le da trabajo a Leonardo en su pequeña compañía de construcción. Amor a la Deriva pinta una utopía multinacional donde los peores efectos culturales de la era de Trump no existen. Hasta los empleados de Leonardo son escoceses, noruegos y norteamericanos.

En un chiste recurrente, los personajes se burlan de la exageración dramática de las telenovelas, que uno de los cocineros en la pizzería mira constantemente. En realidad, Amor a la Deriva es el equivalente cómico de ese género melodramático televisivo. Trafica en estereotipos, desdeña la sutileza y apunta a una reacción emocional visceral —risa en lugar de lágrimas—. Esta no es una falla, es una característica. Esta comedia pretende ser accesible y directa, para llegar al público más amplio posible. Logra su objetivo con dignidad, gracias al impecable reparto. Cuando el chiste es demasiado obvio, la interpretación lo salva. No hay ni un eslabón débil en el reparto. Faris es una sólida actriz cómica, aunque su estatura en Estados Unidos no rivaliza con la de Derbez en el imaginario latino. Longoria, veterana de la serie “Esposas Desesperadas”, asume cálidamente un papel secundario. Mención aparte merecen los mexicanos Fernando Luján, Cecilia Suárez y Mariana Treviño, brillantes en papeles apenas dibujados, como los acaudalados parientes del antihéroe.

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