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Invocando al Espíritu Santo

Existe una gran verdad, y es que el cuerpo sin espíritu es un puñado de carne y de huesos sin vida. Santiago dice: “Un Cuerpo sin espíritu está muerto” (St. 2, 26).

En el libro del Génesis se nos dice que Dios formó al hombre “del barro de la tierra”; pero la vida le llegó con “el soplo del espíritu” (Gen. 2, 7). El profeta Ezequiel, cuando tuvo aquella visión del valle lleno de huesos secos, oye la voz de Dios que le decía: “Voy a hacer entrar en ellos un espíritu y volverán a vivir” (Ez. 37, 5). Cuando la vida moral del hombre está por los suelos, Yahvé dice que se parece a un “puñado de carne” (Gen. 6, 3).

Vida y muerte, espíritu y carne, se corresponden mutuamente en el lenguaje bíblico. Donde no hay espíritu, no hay vida, hay solo carne; donde no hay espíritu solo hay muerte. “Entregar el espíritu” es morir (Mt. 27, 50).

Cuando una institución, sea política social, familiar o religiosa, no tiene vida, no tiene movimiento, decimos que está muerta o que “no tiene espíritu alguno”. Cuando una persona es amorfa, sin inquietud alguna, impasible, incapaz de moverse para algo, decimos que “no tiene espíritu”.

El espíritu es vida, es energía, entusiasmo, movimiento. Materia sin espíritu es nada. Porque dice aquella oración: “Que el Espíritu nos dé fuerza para luchar por la verdad, la justicia y el amor; luz para comprender a todos, ayuda para servir, generosidad para amar, paciencia para esperar”.

También la Iglesia sin Espíritu es nada. No puede haber Iglesia, comunidad cristiana sin el Espíritu de Cristo: “Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo” (Rom. 8, 9). “Nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no es por el Espíritu de Cristo” (1 Cor. 12, 3).

El Espíritu es quien da vida a la Iglesia: La iglesia nace por el Espíritu, como hemos visto en la primera lectura (Hch. 2, 11). El Espíritu es la vida de la Iglesia. Como dice San Pablo: “Nosotros vivimos por el Espíritu” (Gal. 5, 25).

Una Iglesia sin Espíritu es una Iglesia muerta. No es la Iglesia de Cristo. Porque el Espíritu es la vida de la Iglesia: El Espíritu nos convierte en gente renovada, de cara a la libertad: “Donde está el Espíritu, está la libertad” (2 Cor. 3, 17).

El Espíritu es la “fuerza” que nos hace ser consecuentes con nuestro compromiso de fe. Como decía San Pablo: “El Espíritu viene en socorro de nuestra debilidad” (Rom. 8,26). El Espíritu nos conduce a la “comunión”, a la fraternidad, a pesar de la diversidad de las lenguas y de las razas (Hch. 2,8) porque, como dice San Pablo, “aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo por el Espíritu” (1 Cor. 12,12-13).

El Espíritu nos hace entender sólo de “amor” y de amor que siempre perdona; por eso, la Iglesia, comunidad de amor, es comunidad de perdón: “Reciban el Espíritu Santo, a quienes perdonen los pecados, les serán perdonados” (Jn. 20,22-23).
Si somos vida y obra del Espíritu, lo propio nuestro es: Dejarnos guiar por el Espíritu de Dios (Gal. 5,24). Andar según el Espíritu y producir las obras del Espíritu: “Caridad, alegría, paz, paciencia, comprensión, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo” (Gal. 5,22-23).

Por eso, en el hoy de nuestra patria invoquemos al Espíritu Santo para que nos guíe, nos ilumine y nos conduzca “a saber convivir y coexistir en paz, para que a través del diálogo y de la escucha podamos ayudar a construir un mundo mejor, haciendo que sea lugar de acogida y respeto, contrarrestando así las divisiones y los conflictos”, como decía el Cardenal Brenes al inicio del diálogo nacional.

El autor es sacerdote.

Opinión Espíritu Santo Iglesia archivo
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