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Los espíritus malignos (I)

Una de las cosas que descubrí hace años y que desde la experiencia veo cada vez con mayor claridad, es la necesidad que tenemos todos de ser liberados de diversas ataduras, y del dominio del demonio sobre ciertas áreas concretas de nuestras vidas.

Y es que generalmente, todos llegamos a cierta edad, afectados por espíritus malignos. Todos vivimos en territorio enemigo y a lo largo de nuestras vidas los espíritus del mal han ido adquiriendo diversos grados de influencia o de control sobre diversas áreas de nuestras vidas. Y ese control se manifiesta como áreas especialmente débiles, vulnerables, o como patrones de pecado que no acabamos de vencer, sino que semana a semana, mes a mes, años tras años, cuando vamos a confesarnos repetimos la misma historia. Problemas recurrentes que se repiten una y otra vez en nuestras vidas y que necesitan ser resueltas.

Y esto lo sabemos por experiencia propia. Dicho sea de paso, en estos mis escritos no van a encontrar nada sacado de libros, están sacados directamente de la Escritura o de mi experiencia personal y la de mi comunidad.

En 1977, yo había cumplido ya 12 años de haber encontrado a Cristo palpable y experimentalmente, y de militar en el Movimiento de Cursillos. Tenía 4 años ya de haber recibido mi Bautismo en el Espíritu, y sin embargo, estaba atado. Tan atado que me resultaba imposible dar el paso al que yo sentía me estaba llamando dar el Señor: el llamado a ser su discípulo. En julio de 1977, fui a un seminario que daban unos amigos dirigentes de Cursillos de Cristiandad y de la Renovación Carismática, y al terminar, oraron por mí.

Lo que experimenté a partir de entonces fue una libertad total y un no querer hacer más que la voluntad de Dios. Dicho sea de paso, así nació La Ciudad de Dios y desde entonces nadie ingresa a ella sin que se ore de previo por su liberación. Durante 40 años se ha hecho lo mismo y todos han sido liberados de muchas ataduras y han recibido muchas bendiciones. Pero cuando hablamos de liberación de áreas, no hablamos de posesión diabólica, ni de obsesiones diabólicas, que son relativamente raras, sino que hablamos de áreas de nuestra personalidad, de nuestra conducta, que en mayor o menor grado han quedado bajo control o influencia del demonio, porque con nuestros actos o actitudes, de algún modo, fuimos cediendo a la influencia o control de Satanás.

Cuando yo escuché esto por primera vez, también me extrañó. Para mí solo existían los posesos y los obsesionados por el demonio, y no tenía conciencia de que el demonio puede ir adquiriendo cierto control sobre áreas de nuestra personalidad.

La Iglesia mantiene íntegra su doctrina con respecto al demonio y el papa Pablo VI habló claramente sobre la realidad del demonio y la influencia que ejerce no solo sobre los individuos, sino sobre comunidades y sociedades (Audiencia General 15 de noviembre de 1973). Lo mismo san Juan Pablo II. Y el papa Francisco lo confirma en 2018 en su “Gaudate et exultate” afirmando que: “El diablo no es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea… La convicción de que este poder maligno está entre nosotros, es lo que nos permite entender por qué a veces el mal tiene tanta fuerza destructiva”.

En la próxima semana ampliaremos este teme de los espíritus del mal.
El autor es miembro del Consejo de Coordinadores de La Ciudad de Dios. [email protected]

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