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pobreza, educación

El diálogo no es la única solución

Algunos, creyendo que la otra alternativa es la guerra, sugieren hacer lo imposible por arribar a un acuerdo a través de concesiones mutuas.

 

El diálogo es la mejor solución, pero no es la única. Algunos, creyendo que la otra alternativa es la guerra, sugieren hacer lo imposible por arribar a un acuerdo a través de concesiones mutuas. Es lo ideal, pero, desafortunadamente, no es siempre lo viable. Porque una, o las dos partes, pueden no estar dispuestas a ceder en lo que consideran innegociable. El diálogo actual podría ser uno de esos casos. La oposición demanda un cese a la represión y que Ortega otorgue elecciones libres anticipadas.

Él, por su parte, no se considera represivo, sino víctima de quienes protestan, dando la impresión que prefiere sumir a Nicaragua en el caos, antes que soltar el poder.

Existe pues, una probabilidad real de que el diálogo fracase, y, peor aún, de que en lugar de solución se convierta en trampa. Ortega puede prolongarlo buscando desmovilizar la oposición, como hizo Maduro en Venezuela. Esperar un mes podría ser fatal. Es vital, entonces, que la oposición evalúe con madurez la viabilidad del diálogo y se disponga a denunciarlo si se ve que es farsa. ¿Viene entonces la catástrofe? No necesariamente. Si bien no existen soluciones indoloras, muchos pueblos, durante las últimas décadas, han mostrado que es posible derrotar dictaduras bien entronizadas sin recurrir a las armas.

Este tipo de lucha ha sido ilustrado por diversos autores: Gene Sharp en su libro en línea, De la Dictadura a la Democracia. O por videos como Winter of Fire (invierno de fuego) y Otpor, “La Caída de un dictador”, todos en YouTube, que ilustran levantamientos populares no violentos que vencieron dictaduras en Ucrania y Serbia.

Las modalidades pueden ser tranques masivos en las carreteras y barrios de todas las ciudades, que paralicen totalmente el país. Otra podría ser una marcha sobre la capital con vehículos y gente procedente de todos los departamentos; otra la ocupación masiva e indefinida de ciertos lugares, como la plaza de las victorias, los alrededores del Carmen o plazas de las cabeceras departamentales. En el repertorio caben también los paros escalonados, la desobediencia civil masiva, no pagar impuestos, etc.

Ningún método es fácil y todos implican riesgos, sacrificios y, seguramente, mártires. El éxito requiere de estrategias consensuadas y de mucha coordinación entre los líderes. Igual, de toneladas de valentía y civismo. Los activistas deberán organizar piquetes para evitar saqueos y minimizar los sufrimientos de la población. Su conducta deberá ser siempre ética, distinta a la del adversario y tendrán que estar dispuestos a padecer agresiones sin responder de la misma forma. Es una lucha que requiere heroísmo, pero que, si junta al unísono estudiantes, sector privado, campesinos, iglesias, etc., sería arrolladora.

Posiblemente convenga que los opositores participantes del diálogo elijan una junta de gobierno provisional, integrada por personas prestigiosas que declinen ocupar puestos públicos posteriores. Ellos podrían actuar como un directorio de la “revolución azul y blanca” que coordine las acciones opositoras y ofrezca un programa alternativo. Ejemplos: nuevos magistrados en los poderes del Estado (CSJ y CSE) electos por la sociedad civil, repudiar el tratado canalero y la deuda con Venezuela, confiscación de los activos de Albanisa y allegados, rescate de la autonomía universitaria y municipal, abaratar los combustibles y la energía, sustitución de las chayopalos por árboles frondosos, etc. Esto ofrecería al pueblo horizontes distintos y concretos.

Ojalá funcione el diálogo. Si no, vale la pena lanzarnos, con fe en Dios y nuestro pueblo, a la insurrección cívica masiva. No hacerlo podría llevarnos a la peor alternativa: convertirnos en otra Venezuela. Hacerlo puede abrirnos las puertas de un nuevo amanecer.

El autor es sociólogo.

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