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Golpe de Estado

La agenda por la democratización, presentada por la Conferencia Episcopal en la sesión del diálogo del 23 de mayo, la califican los orteguistas de golpe de Estado. Si la salida de Ortega es o no un golpe de Estado, no tiene la menor importancia. Lo fundamental es que salga del poder luego que ha ordenado a la Policía y a sus turbas que asesinen a balazo limpio y con torturas a estudiantes que protestan pacíficamente contra sus decisiones abusivas.

Lo absurdo es suponer que alguien dispuesto a matar cobardemente a jóvenes desarmados, vaya a aceptar que se discuta su salida del poder de forma constitucional.

A Ortega, como a cualquier dictador que cuenta con instituciones policiales partidarizadas, y con fuerzas de choque fuertemente armadas e impunes, hay que rendirle por la fuerza de masas. Habrá que derrotarle, desorganizando y fracturando sus estructuras militares y paramilitares.

En realidad, el diálogo es un medio político, no para llegar a acuerdos, sino, para fortalecer las propias fuerzas. Ortega pretendió ganar a su causa, mediante el diálogo, a los sectores indecisos que sufren incomodidades y perjuicios por la situación de inestabilidad. Se proclama campeón de la estabilidad, pidiendo de mil formas que se liberen los tranques, que se suelten las universidades, que se desmovilice la lucha. Y ejecuta ataques armados para doblegar por la fuerza a los luchadores por la democracia.

El diálogo ha servido a Ortega para preparar esas acciones criminales. Esa táctica brutal debió ser evidente para todos los organizadores y para todos los participantes en el diálogo. En consecuencia, el diálogo debió servir a la contraparte para derrotar el plan de Ortega. Con el diálogo se debió ganar a la población indecisa para que se incorpore a una forma de lucha más avanzada. Para unir los tranques campesinos a paros escalonados, a huelgas, a desobediencia civil y a un paro general que haga menos viable aún la permanencia de Ortega en el poder.

Al suspender el diálogo por falta de acuerdo, la Conferencia Episcopal ha constatado que el diálogo no era el medio adecuado para una salida sensata de Ortega. Tampoco ha sido un medio adecuado para suspender los asesinatos de la juventud. El ataque de las turbas orteguistas contra los estudiantes de la UNI (en cuyo recinto se encuentran los servidores del gobierno), fue repelido por transportistas, motorizados y cachorros por la democracia, dando inicio, así, al desbordamiento generalizado de las turbas violentas de Ortega.

El diálogo no debe ser una ilusión para detener la lucha por la salida de Ortega, sino, al contrario, un foro para propagandizar y organizar una lucha mayor. Un diálogo no es una mesa de rendición hasta que el pueblo adquiere la fuerza suficiente para imponer dicha rendición.

El autor es ingeniero eléctrico

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