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De la indignación al cambio

Hacía décadas que no era tan real nuestro deseo de tomar nuestras propias decisiones y responder a nuestra propia realidad, que es responsabilidad exclusiva de los nicaragüenses, y es por ello que debemos articular orgánicamente los esfuerzos dispersos que hoy muestran la posibilidad real e innegociable de cambiar de una vez por todas el régimen que oprime y reprime a nuestro pueblo, especialmente a lo más valioso: nuestra juventud y su deseo de participar en la construcción de una mejor Nicaragua.

La movilización popular y pacífica junto con la confianza en nuestras propias fuerzas son imprescindibles, pero también lo es el abrir las puertas que hoy quieren cerrarnos y hacer llegar la voz y las demandas de esa mayoría social que un régimen desfasado no está en capacidad de solventar. La reacción de la comunidad internacional ha sido muy positiva, así como será la cooperación y el respaldo que un nuevo gobierno de unidad requerirá para la reconstrucción.

Nos toca por ello —al amparo de eventuales resultados del Diálogo Nacional—, y si no fuere el caso, en cualquier desenlace posible, el de juntar las fuerzas de quienes —con claridad y compromiso en objetivos comunes— estén dispuestos a salvar el presente y el futuro de nuestro país.

Nunca en Nicaragua ha habido tanta gente descontenta con la pérdida de derechos ante la irracional respuesta del régimen y por ello tiene que surgir una nueva opción para canalizar esa indignación a través de un movimiento político que demuestre capacidad de representación de las mayorías golpeadas por las razones sabidas. Para las próximas elecciones, como primer paso —con nuevas autoridades en el poder electoral y en el sistema judicial— se hace necesario que se forme un movimiento político inspirado en valores genuinos para la búsqueda del bien común.

Necesitamos un movimiento político estructurado de forma diferente a lo que nos han acostumbrado para convertir el pesimismo en optimismo y el descontento en voluntad popular de cambio, y poder reconstruir la joven democracia y crear así las condiciones para promover inversión extranjera y generar empleos para salir de la pobreza.

En las calles se repite insistentemente: no eran delincuentes, eran estudiantes. En memoria de esos héroes que nos inspiran, llegó el momento de que pasemos de las consignas, a los hechos; de la teoría, a la práctica. Esa será la mejor herencia que deje la lucha de los valientes que no dijeron que morían por la patria, sino que murieron. Hay que dar un paso adelante para sumar más y más nicaragüenses comprometidos con las mismas ideas de libertad y democracia. Es tiempo de sumar voluntades para ¡convertir la indignación en cambio!

El autor fue ministro de defensa de Nicaragua en el gobierno democrático de Enrique Bolaños.

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