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Apoyemos el Diálogo Nacional

En vez pasada escribí que los pueblos son como los volcanes, que van acumulando energía y de pronto irrumpen, en un gigantesco estallido social. Ahora se me ocurre que son también como el mar, que tiene sus flujos y reflujos, a veces a merced de vientos serenos y en otras, con impetuosas olas hasta convertirse en un tsunami de irrefrenable poder, que nadie lo puede detener.

Miremos el caso de Nicaragua. Durante los últimos 10 años, el gobierno bicéfalo de los Ortega-Murillo fue desmontando paso a paso la poca institucionalidad democrática que habíamos recibido de los tres gobiernos anteriores.

Más, en consonancia con el proverbio que dice: “Quien siembra vientos cosecha tempestades”, Ortega se despertó el 19 de abril pasado mecido por la tempestad de las protestas multitudinarias (como la Marcha de las Flores del pasado 30 de junio promovida por Hagamos Democracia y el Movimiento por Nicaragua) que con toda justicia reclaman democracia y libertad, y al mismo tiempo protestan por los crímenes y atropellos que él, su esposa y su camarilla de corruptos han cometido.

Pero aún no es el momento de cantar victoria. Podemos sentirnos orgullosos de lo que hasta hoy ha logrado la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia: sentar al dictador en un Diálogo Nacional tantas veces reclamado y tantas veces ignorado y lograr la presencia en Nicaragua de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), del Alto Comisionado de la ONU y de los representantes de la Unión Europea (UE).

Es cierto que el costo ha sido altísimo no solo en lo económico sino también en lo que es más importante, en vidas humanas: más de 300 sacrificados ante el altar de la patria, que lo dieron todo por su amor a Nicaragua y cuyo recuerdo será imperecedero.

Por todos ellos, en su memoria, y por el futuro de nuestro pueblo, debemos respaldar firmemente a nuestros representantes en el Diálogo Nacional, con la esperanza de que allí se están sentando las bases de la necesaria concordia nacional y de una auténtica democracia, en la que todos seamos hermanos de verdad y no como la que proclaman montados sobre un montón de cadáveres la pareja presidencial.

A Daniel Ortega y a Rosario Murillo no les queda otro camino más que renunciar de inmediato a los cargos que indebidamente ostentan, porque por la brutalidad con la que han tratado al pueblo, no están en capacidad de seguirlo gobernando. Esperemos confiados en la Divina Providencia que esta sea la última vez que pasemos por esta horrenda pesadilla, recordando con fe y determinación lo que decía Shakespeare de que “no hay noche oscura que no tenga su alborada”. La nuestra está por llegar.

El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

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