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En el curso del tiempo

Memorable fue el día en que se celebró la independencia de Nicaragua. Pero en la plenitud de una ironía trágica, las fechas posteriores a ese acontecimiento en vez de nutrirse con la paz se debilitaron con la sangre. La historia nos enseña que en aquella elevada concentración de voces se impuso la reciedumbre de las mejores perspectivas con miradas radiantes hacia el futuro.

Aquellos patriotas se sintieron aupados por el orgullo incomparable de sentirse libres de las ataduras de la corona española. Pero luego de aquel septiembre estimulado por la memoria, la soberanía ha tenido el costo de un mito gigantesco.

Las lecciones ejemplares de los dirigentes indígenas que la apoyaron con su palabra como Nicarao —hombre de diálogo— no han servido para nada a las actuales generaciones. Más vigente ha sido el lenguaje guerrero de Diriangén. Sonríen, luego son seres humanos, solían decir los españoles en tono despectivo. No han servido tampoco yendo hacia atrás en el tiempo, las enseñanzas expuestas por los sectores constructivos de los griegos que en contradicción con las espadas de Pericles, predicaron la tesis inmortal de la democracia.

La realidad es que el hombre no ha sido capaz de administrar a Nicaragua. “El hombre es el lobo del hombre”, según los antiguos romanos. Nunca han sido los gerentes políticos idóneos para convertirla en lo que efectivamente y por derecho adquirido debería ser, una república. “Nicaragua volverá a ser República” parece tener la categoría frágil de un sueño. Fue y seguirá siendo el emblema oral del Mártir de las Libertades Públicas, doctor Pedro Joaquín Chamorro. Otro mártir y poeta a la vez no acertó en su profecía: “Mañana hijo mío todo será distinto”, algo que quedó como un bello ejemplo de la lírica incumplida.

La dirigencia política criolla ha dado prioridad a los partidos políticos, a los caudillos, incluso en la especialización de hacer un negocio crónico con la política. Se ha sumergido en la involución, el reverso de lo que la euforia emotiva proclama como revolución.

Es paradójico que la celebración de la independencia haya discurrido ilesa y gloriosa sin la mínima dosis de sangre inocente derramada que ahora fluye patética. El problema ha sido enamorarse irracionalmente del poder, de contraer nupcias con su estructura en una interminable “luna de miel”. Ejemplos del continuismo han sido Zelaya, los Somoza y últimamente Ortega.

Pero en el camino irguió una excepción: Violeta, encanto cívico, puente de transición para conocer la fructificación del sueño, aspiración de su propio cónyuge, un matrimonio que hizo juramento tanto en el altar del amor como en el altar de la patria.

Suelta está la esperanza: volverá a ser lo que su destino merece: República.

El autor es periodista.

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