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Orgulloso de mi Iglesia

Hoy más que nunca estoy orgulloso de ser parte de mi Iglesia. Una Iglesia que es misionera del amor, de la justicia y de la vida. (Mc. 6, 7).

Somos como Amós, que denuncian los males que destruyen al ser humano y anuncian la felicidad de quienes viven los valores del Reino (Mc. 6, 12-13).

Somos una Iglesia para aquellos que necesitan el apoyo, el cobijo y el apoyo de su pueblo sencillo y humilde (Mc. 6, 8-9).

Mi Iglesia es misionera (Mc 6, 7.12). Donde se comparte la fe, que es un don para darlo y comunicarlo.

La misión de la Iglesia no es buscarse a sí misma, es ofrecer a los hombres el don de Jesús y de su mensaje, no como algo personal y que le beneficia a sí misma, sino como algo querido y mandado por Jesús (Mc. 6, 7): “Como mi Padre me envió, también los envío yo a ustedes” (Jn. 20, 21).

Por eso nuestros pastores nos recuerdan que el anuncio del Evangelio es la expresión más sublime de amor al prójimo.

La condición misionera de la Iglesia no puede llevarse a cabo como un servicio personal, sino “de dos en dos”, es decir, en comunión, como un servicio de toda la Iglesia y con toda la Iglesia (Mc. 6, 7).

Que esta misión de la Iglesia es una misión profética y liberadora: por su “Misión profética” la Iglesia no puede callar ninguna situación en la que se esté pisoteando la dignidad de los hijos de Dios y haciendo imposible la sonrisa de los pobres, aunque a muchos les duela y le tilden de meterse en política.

Por su “Misión liberadora” la Iglesia tiene un llamado que hacer permanente a los hombres de hoy: un llamado a la conversión, a la vivencia de los valores del Evangelio, como lo hizo Jesús (Mc. 1, 21.28).

Ciertamente, esta misión será imposible sin un verdadero testimonio de la misma Iglesia.

Una Iglesia que no vive lo que predica, no tiene autoridad alguna en su palabra, no es creíble y le pueden decir con toda razón: “Médico, cúrate a ti mismo” (Lc. 4, 23). La fe, la sencillez, la pobreza y el desinterés son el camino más expedito para dar y recibir la fe (Mc. 6, 8-9).

Ciertamente, si los Doce, la Iglesia en comunión, lleva a cabo esta misión y como Jesús nos enseñó, la Iglesia tendrá que estar dispuesta a acompañar las necesidades de nuestras comunidades, de ser testigos mediadores del bien común, de acompañar y buscar por todos los medios el derecho a la vida, a la democracia y a los derechos humanos, está dispuesta a doblar rodillas delante del Señor para orar y ser constructora de paz.

Dios quiere creyentes listos a seguirlo y comunicarlo.

El autor es sacerdote católico.

Opinión Iglesia Católica Jesús archivo
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