Querida Nicaragua: En el año 59 del siglo pasado llegó al poder en Cuba el nunca bien ponderado Fidel. Llegó con la aureola de héroe, un Robin Hood moderno que despojaría a los ricos y repartiría las riquezas entre los pobres. Aclamado por Cuba y por todos los países de América y muchos de otros continentes. Luego de la euforia revolucionaria comenzó a fusilar no solo a los militares batistianos, también a muchos de sus milicianos que creyendo haber conseguido una Cuba libre criticaron en secreto el baño de sangre en los paredones revolucionarios.
Desde ese momento el miedo cundió en toda la nación, todo aquel que criticaba era apresado como sospechoso y muchos fueron fusilados. El miedo, el terror, fue el arma utilizada por Castro para instalar su tiranía, su caudillaje vitalicio, su dinastía que todavía esclaviza a Cuba.
Este mismo miedo está queriendo imponer el orteguismo cuando allana hogares a cualquier hora y toma prisionero a cualquier sospechoso hombre o mujer, cuando se conoce de torturas horrendas en las cárceles, cuando se niega a las madres el derecho a conocer el paradero de sus hijos detenidos porque están luchando por la libertad y la democracia, cuando se ha vuelto un delito portar el símbolo patrio y cuando se ha asesinado a más de 500 estudiantes, campesinos y pueblo en general.
Hoy la Policía no protege a nadie y el ciudadano en vez de sentirse protegido se siente amenazado cuando se acerca una patrulla de las fatídicas Hilux con policías y paramilitares encapuchados. En los barrios pobres hay que cuidarse de los vecinos porque no se sabe quiénes son los soplones que vigilan la asistencia a las marchas y plantones que el pueblo siempre valeroso promociona en las redes sociales.
La soplonería está a la orden del día, y el abuso que hacen de los empleados públicos también. Los trabajadores de los ministerios, de los colegios públicos, de los poderes del Estado, están siendo obligados a presentarse en todas las rotondas de Managua agitando un ochenta por ciento de banderas rojinegras y un veinte de azul y blanco, los colores nacionales. Pobres empleados humillados, recibiendo el calcinante sol del mediodía o el aguacero de la tarde, buscando como guarecerse entre los árboles. La soplonería, el abuso constante y el miedo a expresarse están a la orden del día.
Finalmente quisiera expresar a los señores encuestadores, por muy famosos que sean, que en un pueblo con miedo no es posible que las personas expresen su opinión con libertad. Los resultados serán siempre sospechosos y no reflejarán la verdad. Siempre habrá temor de expresar el verdadero sentimiento de la persona encuestada.
El autor es director general de Radio Corporación.