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Rubén Darío

LA PRENSA/Archivo/A. Agüero

Rubén Darío:“Entre la catedral y las ruinas paganas”

El poeta logró conciliar su fe cristiana con su opción ideológica liberal, algo nada raro entre los intelectuales de su época

Rubén fue profundamente cristiano y murió en la fe católica. Si bien ideológicamente Rubén se identificó con las ideas liberales y en sus años juveniles escribió afiebrados poemas anticlericales, lo cierto es que para él la religión fue siempre un bálsamo, un alivio para sus heridas y pesadumbres.

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Su primer soneto, escrito a los 12 años mientras se educaba con los jesuitas (1879), está dedicado a una de las virtudes cardinales: La Fe, la que “en medio del abismo de la duda”… “nuestra alma inflama”.

En otro poema dice:

“Dame Señor, que tenga
la llama de la fe en el pecho mío,
y dame que me venga
el bienhechor rocío
que es efluvio de amor, ¡Dios justo y pío!”

(La Plegaria)

Rubén murió auxiliado por su fe católica y con un crucifijo entre sus manos. LA PRENSA/Archivo

A veces sentía que perdía la fe y exclamaba:

“Mi fe de niño ¿do está?
me hace falta, la deseo:
batió las alas y creo
que ya nunca volverá;”

(Introducción Epístolas y Poemas)

 

Y en El Canto Errante exclama:

“¡Señor, que la fe se muere!
Señor, mira mi dolor.
¡Miserere Miserere!…
Dame la mano, Señor…”

Indiscutiblemente, pese a la abundancia de temas paganos y carnales en la poesía rubendariana, hay también en ella, como lo advirtiera Arturo Massaso, un “resplandor místico”, una “exaltación del alma en su viaje al centro de sí misma”:

“Si hay un alma clara, es la mía”…

“Alma mía, perdura en tu idea divina;
todo está bajo el signo de un destino supremo;
sigue en tu rumbo, sigue hasta el ocaso extremo
por el camino que hacia la Esfinge te encamina”.

(Alma mía)

PRENSA/Archivo/A. Agüero

Probablemente escrito en 1907, es el hermoso poema que Rubén dedica al Creador, de gran profundidad filosófica:

“Yo bien sé que tu fe me ayuda como un báculo
y sé que la esperanza tiene un ancla de oro”…

“Mas el don que diste de comprender me abruma.
Es una lamparilla para noche tan vasta
como es nuestra existencia de tiniebla y de bruma.
En veces he mordido dudas candentes, y hasta

he tenido, Señor, el pavor de tu ausencia.
La culpa ha sido del misterioso destino
que hizo gustar al hombre la fruta de la ciencia,
cuya pulpa estaba hecha de veneno divino”.

(A Dios)

 

Tras muchas caídas y recaídas, la fe volvía a alumbrar el alma de Rubén. Y si en su juventud su instinto “montó potro sin freno” por gracia de Dios en su conciencia “el Bien supo elegir la mejor parte”.

La fe de Rubén se refugia en “Jesús, incomparable perdonador de injurias” y confía en su infinita misericordia para superar el horror a la muerte, “el espanto seguro de estar mañana muerto”, que siempre le acompañó:

“Dime que este espantoso horror de la agonía
que me obsede, es no más de mí culpa nefanda,
que al morir hallaré la luz de un nuevo día,
y que entonces oiré mi ‘¡Levántate y anda!’”

(Spes)

 

El liberalismo de Rubén, salvo en su etapa juvenil, nunca fue radical ni se contrapuso a sus creencias cristianas. Darío logró conciliar su fe cristiana con su opción ideológica liberal, algo nada raro entre los intelectuales de su época.

Murió auxiliado por su fe católica y con un crucifijo entre sus manos, regalo del poeta Amado Nervo.

*Escritor


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