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Una estrategia potente

El domingo antepasado la Policía arrastró y arrestó a 38 ciudadanos. Lo hizo para infundir temor y evitar así que la oposición salga a las calles

¿Queda algún camino no cruento ante un gobierno que reprime con brutalidad toda protesta? La pregunta se la hizo el siglo pasado Mahatma Gandhi y su repuesta le valió la independencia de la India: la resistencia pasiva con desobediencia civil. Estrategia potente, invencible, que, si la practicáramos a cabalidad, llevaría al régimen a la mesa de diálogo con más eficacia que las balas. El problema es que necesita mucha valentía. La resistencia pasiva no es opción de cobardes ni de quienes temen la lucha armada, sino de los dispuestos a enfrentar grandes riesgos y sufrimientos.

Su punto de partida es reconocer que una fuente central del poder de los dictadores impopulares es el miedo: su capacidad de amenazar o aplicar castigos. ¿Qué ocurre entonces cuando muchos ciudadanos pierden el miedo a ser castigados? ¿No es el dictador quien tiembla?

El domingo antepasado la Policía arrastró y arrestó a 38 ciudadanos. Lo hizo para infundir temor y evitar así que la oposición salga a las calles. Pero ¿qué pasaría si viniese otra convocatoria con docenas o centenares de ciudadanos dispuestos a dejarse golpear y arrestar sin resistir, y después de esta otra y otras más? Es posible entonces que el Gobierno, aún pagando un descomunal precio político, decida encarcelar a 100, 500, o 1,000. Pero llegará un momento en que no podrá más y verá, con pánico creciente, que a la población no la detiene nada.

Gandhi lo ensayó con éxito. “Hay que colmar las cárceles para hacer insostenible la posición del Gobierno”, decía. Encarcelado varias veces, vio su eficacia: “Veía que su autoridad se había quebrantado pues la gente ya no temía al castigo”.

La resistencia de Gandhi tenía una raíz profundamente cristiana: exigía a sus seguidores no devolver golpe por golpe ni insultar a sus agresores. El resistente pasivo, decía, “es un rebelde que prefiere el sufrimiento antes que doblegarse, pero que no inflige sufrimiento a su opresor”. Para él, ser encarcelado era un honor en línea con la bienaventuranza evangélica: “Benditos lo que sufren persecución por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos”.

Al inicio suelen ser pocos, mas Gandhi afirmaba: “Puedo declarar sin temor y con toda certidumbre, que mientras exista un puñado de hombres fieles a su promesa, la lucha inevitablemente culminará en la victoria”. Estos hombres debían, sí, ser virtuosos y prepararse, como en la guerra, para arriesgarse a las serias consecuencias de sus acciones.

En 1979 Nicaragua se libró de una dictadura porque, desde años atrás, unos pocos valientes estuvieron dispuestos a sacrificarse en la lucha armada. Hoy se liberará, de nuevo, cuando suficientes valientes estén dispuestos a sacrificarse a través de la no violencia.

El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.

Columna del día dictadura Estrategia archivo

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