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Lionel Messi y Dembélé celebran el gol del empate. LAPRENSA/EFE

El niño malo salva al Barcelona del infierno en el Metropolitano

Cosas del deporte, del talento y del azar. Que un muchacho en el foco de mediático por su vida irresponsable, por llegar tarde a los entrenamientos, por causar problemas internos y por preferir quedarse jugando PlayStation...

Cosas del deporte, del talento y del azar. Que un muchacho en el foco de mediático por su vida irresponsable, por llegar tarde a los entrenamientos, por causar problemas internos y por preferir quedarse jugando PlayStation desvelándose a irse a la cama para descansar, haya salvado al Barcelona de la derrota es una revelación que en este juego valen las capacidades y las actuaciones del presente, que importa si Ousmane Dembélé está tirando su carrera por la borda cuando está apto para callar a un minuto del tiempo reglamentario la llama del Metropolitano.

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El destino es un misterio, es como navegar en el océano sin brújula o GPS. Primero fue el rugido de Diego Costa, un premio a la entrega y a la lucha sin descanso. Pasó desde febrero de este año sin marcar gol en Liga, pero rompió la sequía tras un córner, su marcador: Rafinha no era otra cosa más que un objeto navideño en el árbol llamado Costa. Cabezazo y adentro. Ter Stegen bien pudo hacer más, pero se había rendido segundos antes y solo le alcanzó a rozar el balón sin desviarlo fuera de los tres palos. Con un gol faltando 13 minutos del final bien valdría pensar en la victoria con un equipo preparado para defender como si fueran una caja fuerte.

Mala predicción porque Messi se hizo de un espacio después de ser asediado durante todo el partido, levantó la mirada, enfocó su vista a Dembélé, este hizo el primer recorte de derecha y luego clavó la pelota entre las piernas de Oblak, diciéndole al mejor portero del mundo: “No me asustas”. Ese gol había regresado al Barcelona a la órbita. Y el equipo habituado a aguantar la respiración hasta el final se ponchó en ese instante. Pasaron 76 minutos donde parecía que nada ocurría y de pronto en los minutos finales se mezclaron todos los sabores: contras, llegadas y suspiros.

OTRO FRACASO

Y que pensaron que la debacle había terminado con Solari. Que por haberle hecho técnico oficial, y no interino, el Real Madrid se levantaría. Para nada. Los merengues no habían mostrado nada con Solari, solamente taparon la hemorragia, la cual volvió abrirse en Ipurua, la casa del Éibar. Goleados 3-0, así de rápido se dice porque bien pudo ser cinco o seis goles, si no fuera por la oportuna intervención de Courtois, las falta de definición de la delantera rival y el poste, sobre todo en ese primer disparo de Kike García.

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El mensaje del Valladolid, aunque perdió 2-0, ahí estaba pero nadie lo escuchó, se ganó y se premió a Vinicius, se olvidó de la despersonalización del equipo, luego llegó el triunfo en Vigo 4-2, hubo goles pero no juego hasta culminar rendidos al Éibar. Gracias al Barcelona y al Atlético que se tuvieron tanto respeto que ninguno tomó la cima con gran diferencia, el Madrid se mantuvo a cinco puntos del líder, el cual puede cambiar si el Sevilla derrota al Valladolid en el Sánchez Pizjuán este domingo.

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