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La represión nubla la visión del autócrata

Hay muchos enfoques sobre lo que inició en abril, para mí el estallido de lo que se ha denominado la crisis sociopolítica tiene sus raíces más allá del tema de las reformas al sistema de seguridad social, incluso, considero que esas raíces van más allá de la serie de consistentes y reiterativos abusos de poder que desde que Ortega regresó a la presidencia se venían dando; abusos que no eran exclusivos del campo político, temas como el de las multas de tráfico, el depósito vehicular municipal, conflicto de la mina Limón o la protesta de los abogados ante la Corte Suprema de Justicia. Todos fueron sintomáticos de que algo andaba mal.

Los primeros en colapsar en esta Nicaragua fueron los partidos políticos de oposición, no lograron sobrevivir a la lucha de dos modelos contrarios entre sí, por un lado una población joven y cada vez más interconectada que demandaba espacios políticos más modernos y por el otro un régimen enquistado en el diseño político autoritario, ante ambas realidades murieron los partidos puesto que no podían dar respuesta a los que se demandaban una Nicaragua moderna y a su vez no tenían fuerza para ser interlocutores del defensor de la Nicaragua anacrónica cuyo modelo no ejercían ellos pero era el que más conocían.

Esta Nicaragua con dos visiones: la modernizadora y la tradicional se repite en cada ámbito de la vida nacional en el empresarial, el religioso, etc., de ese conflicto entre la modernidad y el anacronismo cultural surge el conflicto de abril donde los jóvenes comienzan a expresar su espanto por el incendio de Indio Maíz, donde ejercen la defensa del medioambiente como símbolo de una defensa del futuro y luego defienden la posición de justicia ante una reforma a la seguridad social en donde se trasladaba la carga a los cotizantes y pensionados, dejando impunes a los responsables de la quiebra del INSS.

Es ahí donde estos jóvenes se encuentran con la parte más cruel del anacronismo cultural en el poder, Ortega no lee que hay necesidad de cambio, lee una amenaza a su poder y se dispone a defenderse a costa de la vida y la libertad de quien crea lo amenaza. Las cifras están ahí y al anacronismo político le parecen poca cosa, tanto es así que en su primera alocución durante la crisis Ortega dice que para botar a Somoza fueron necesarios 50 mil muertos, un reconocimiento tácito del autócrata sobre quien es su referente histórico.

El conflicto, lejos de terminar apenas empieza, la represión no lo soluciona, ésta no es más que un espejismo que nubla la visión del autócrata y no le permite saber dónde está parado; muy por el contrario, la represión agrava el conflicto. Cada preso, cada muerto, cada exiliado deja claro que esa no es la Nicaragua que quieren los jóvenes y los que los apoyamos por levantar la bandera de la libertad y de la Nicaragua del mañana.

El autor es abogado y exdiputado.

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