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¡Hay que crucificar al Nuncio!

En su libro Cultura política nicaragüense, el doctor Emilio Álvarez Montalván (q.e.p.d.) identificaba como uno de los elementos básicos de la misma, a la desconfianza, lo que definía como “un recelo permanente típico de países que han sufrido por mucho tiempo un clima de inseguridad, provocado a su vez por la inestabilidad y la ingobernabilidad”.

“Y no es para menos —escribió el doctor Álvarez Montalván— pues nuestro país ha pasado el 70.2 por ciento de su vida independiente defendiéndose de dictadores, guerras civiles e intervención extranjera, lo que produce experiencias traumáticas… y surge la desconfianza como un mecanismo de autodefensa, la comunicación interpersonal se distorsiona, la información verdadera disminuye, y las personas echan mano de cualquier recurso como la mentira, el engaño, el “cuento”, y los rumores para prevenirse, impregnando el ambiente de suspicacia, casi paranoica que contamina todo, pero particularmente la actividad política”.

Ese rasgo de la cultura (o incultura) política nicaragüense que define el doctor Álvarez Montalván me hace recordar a Eugenio Pacelli, nuncio apostólico ante la Alemania nazi quien fue cruelmente criticado por su supuesta complacencia con Hitler. Pacelli fue posteriormente designado secretario de Estado de la Santa Sede y en 1939 (meses antes de la invasión a Polonia e inicio de la II Guerra Mundial), electo sumo pontífice, adoptando el nombre de Pío XII. “El papa de Hitler” le llamaban sus detractores.

Pocos le defendieron, entre ellos el New York Times, que en su editorial en la Navidad de 1941 elogió al papa por “ponerse plenamente en contra del hitlerismo”. La historia hizo justicia con el ex nuncio apostólico y al final se le reconoció como el salvador de miles de judíos y como un firme bastión en la lucha en contra del nazismo. Tan es así, que Pío XII ya es venerable y está en proceso de beatificación.

Algo parecido le ha ocurrido al nuncio apostólico en Nicaragua, monseñor Waldemar Stanislaw Sommertag, por sus buenos oficios para tratar de encontrar una solución a la crisis política originada por el gobierno —no desde el 18 de abril—, sino desde que inició a violar la Constitución Política en contubernio con quienes priorizaron —miopemente— sus negocios frente a la institucionalidad, como denunció la embajadora anterior de los Estados Unidos, Laura F. Dogu, en marzo del 2018.

El nuncio Sommertag ha tratado de hacer lo mejor que ha podido para ayudarnos y quizá se haya equivocado. Solo quien hace, se equivoca, como lo hizo el papa Pío XII frente a Hitler. Monseñor Sommertag ha actuando sigilosamente, sin conferencias de prensa, ni buscando seguidores en Twitter ni en Facebook; él ha hecho lo que ha podido. Me atrevo a afirmar que si el nuncio apostólico no hubiese asumido el ingrato papel de testigo del esfuerzo que se desarrolla —con buenas intenciones por la mayor parte de los negociadores designados en la Alianza Cívica— para un acuerdo mínimo que garantice la gobernabilidad con quienes detentan arbitrariamente el poder en el país, los nublados del día serían más oscuros.

Quien desee la paz, debe apoyar al nuncio. Más bien, habrá que preguntarse quiénes —invocando el espíritu de don Nicolás Maquiavelo— serán los que estén detrás pregonando que “hay que crucificar al nuncio”.

El autor fue ministro de Gobernación en el período de los gobiernos democráticos de Nicaragua.

Opinión Nicaragua presos políticos Waldemar Stanislaw archivo
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