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Sergio Ramírez Mercado junto a Mario Vargas Llosa, previo a la presentación de la edición conmemorativa de Rayuela, de Julio Cortázar. LA PRENSA/Cortesía/SRM

Lengua contaminada

"El español avanza por encima de los muros fronterizos hacia Estados Unidos, y se viste de términos en inglés, como una lengua que contamina y se deja contaminar..."

(Ponencia sobre lengua y interculturalidad presentada en el VIII Congreso Internacional de Lengua Española realizado en Córdoba, Argentina, jueves 28 de marzo, 2019)

En el vasto y variado universo territorial de nuestra lengua, quizás el mejor ejemplo transcultural que podemos encontrar es el Caribe, islas y tierra firme, llamado con justicia el Mediterráneo de América; un espacio del cual no podemos separar a Mesoamérica.

Y porque es una cultura híbrida, cabe todo y nunca sobra nada, como en el suculento bucán que Alejo Carpentier recuerda en El siglo de las luces, cerdos salvajes cocinados sobre brasas, con los vientres abiertos rellenados de codornices, palomas torcaces gallinetas y demás volatería, “consustanciándose el sabor de la carne oscura y escueta con el de la carne clara y lardosa, en un bucán que fue Bucán de Bucanes”.

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Una palabra, una entre miles, bucán, que los arawakos insertaron en el español de los conquistadores, de donde resultó bucanero, y que ya no nos preguntamos de dónde viene: de este territorio de portentos verbales que no cesan de asombrar, un universo de lenguas habladas por caribes, taínos, guajiros, arawakos; y mayas, toltecas, olmecas, pipiles, náhuatles.

Mesoamérica recibió un español teñido de taíno y demás lenguas caribeñas. Una primera fusión lingüística antes del encuentro con el náhuatl y el maya. Fernández de Oviedo, en su Historia General y Natural de las Indias,llama areitos, del taíno, a las fiestas ceremoniales de los aborígenes mesoamericanos.

Una gran cocina de lenguas. Y esa mezcla bullente es europea, americana y africana:ni el Caribe, ni tampoco América, se explicarían sin esa presencia abigarrada y tumultuosa de los esclavos negros, y luego de los zambos y mulatos, que no pocas veces se oculta o se disfraza.

Y tras los conquistadores, que imaginaban ciudades en la selva hechas de ladrillos de oro macizo, llegarían después los campesinos de Galicia y de Asturias y Las Canarias que vinieron a “hacer la América”, las juderías sefarditas asentadas en Curazao,  los sirios, libaneses y palestinos del Imperio Otomano que hollaron todos los caminos como buhoneros, y los chinos de Cantón que llegaron de contrabando escondidos en barriles de tocino salado, los hindúes de Bombay y sus tiendas perfumadas de sándalo, los holandeses luteranos, los corsarios franceses.

 

Un arco prodigioso que se abre desde la Florida al golfo de México y a la cornisa de Colombia y el delta del Orinoco, un fulgor encandilado que ilumina el racimo de las Antillas, y alumbra desde Veracruz hasta la península de Yucatán, y de allí va a arder sobre el istmo centroamericano.

He elegido el Caribe porque se busca siempre el camino que los propios pies han trillado. Pero toda América, tan lejana y cercana a la vez en sus distintos territorios fue formando su lengua por capas superpuestas. “no existe un estilo puro, porque no existen lenguas puras”, dice Mario Vargas Llosa al hablar del Inca Garcilaso. Lo que existe, cuando hablamos del español, es una lengua contaminada.

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Trasgresión incesante. Confusión de voces, de palabras, de sonidos. “La rara quintaescencia” que don Juan Valera habría de encontrar en la poesía de Rubén Darío. El equipaje del viaje de ida ya no volvió a ser nunca el del viaje de regreso, aliñado por el modernismo. Los baúles no cabían de trapos coloridos para una nueva puesta en escena. Y todo aquello parecía tan exótico a las miradas desconfiadas.

Las expediciones de conquista y colonización sufrían períodos de desánimo y estancamiento, o de desidia y olvido. Pero, mientras tanto, las fusiones y traspasos culturales no cesaban donde había ya asentamientos coloniales que, al mismo tiempo, servían de trampolín a nuevas aventuras de conquista: las Antillas Mayores, la Española y Cuba, Panamá, y luego México y Perú.

“El español avanza por encima de los muros fronterizos hacia Estados Unidos, y se viste de términos en inglés, como una lengua que contamina y se deja contaminar” (Sergio Ramírez Mercado, Premio Cervantes 2017). LA PRENSA/Cortesía/SRM

Si vemos la historia con ojos apresurados, estos acontecimientos nos parecerán en la distancia casi simultáneos, o al menos próximos entre ellos; pero la verdad es que debemos medirlos en décadas.

Entre la llegada de Colón en 1492 a la isla de la Española, y la entrada de Cortés en Tenochtitlan en 1519 mediaroncasi tres décadas. Y Pizarro da inició a la conquista de Tahuantinsuyohasta en 1533, cuatro décadas después de aquel primera viaje. Es más: cuando todos estos acontecimientos se dan, Colón ya había muerto.

En 1519, al llegar Cortés a la isla Cozumel, camino a las costas de Veracruz, recibe noticia de dos españoles sobrevivientes de un naufragio ocurrido ocho años atrás frente a Jamaica, quienes ahora viven entre los mayas de Yucatán, el fraile Gerónimo de Aguilar y el soldado Gonzalo Guerrero.

Así lo cuenta en La verdadera relación de la conquista…Bernal Díaz del Castillo:

“Mandó el general llamar a los caciques, y por lengua del indio Melchor (que ya sabía algún poco de la castellana, y la de Cozumel es la misma que la de Yucatán) se les preguntó si tenían noticia de ellos. Todos en una conformidad respondieron, que habían conocido unos españoles en esta tierra, y daban señas de ellos, diciendo que unos caciques los tenían por esclavos…”.

Una vez rescatado, el fraile se fue con Cortés para servirle de traductor, y el soldado rechazó el viaje y se quedó entre los mayas, amancebado ya y con tres hijos.

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Melchor, el indígena, igual que Aguilar el español, ejercen como traductores. Desde la llegada de Colón el siglo anterior, había venido tomando cuerpo este oficio de doble entendimiento. La persona que traducía o interpretaba, yendo y viniendo de un idioma a otro, recibía el nombre del instrumento del habla: lengua. Y también se le llamaba lenguaraz, que ahora aplicamos al deslenguado.

Una de esas lenguaraces es Malinalli Tenépal, doña Marina, la Malinche, tan difamada en la historia, la esclava náhuatl regalada como tributo de guerra a Cortés. Debía su nombre, Tenépal, precisamente a que era  “persona que tiene facilidad de palabra, que habla mucho y con animación”.Conocía los diversos idiomas del sur de México, y  era, por tanto, lengua de su pueblo. Y de traductora de Cortés pasó a traidora en la historia oficial.

Las lenguas indígenas mezclan sus aguas con el español y en medio de la turbulencia de la historia, sangre, violencia, imposición, vasallaje, terminan enriqueciéndolo. Nunca hubo un pacífico “intercambio de culturas”, como en aquellas inocentes ilustraciones de los libros escolares donde el capitán conquistador y el cacique indígena intercambian obsequios, sino desarraigo, anulación y sometimiento. Pero no por eso deja de existir la transferencia de valores culturales, empezando por la lengua.

Y los esclavos africanos dejaron también las palabras. Sus lenguas, dispersas, desarraigadas, nunca tuvieron oportunidad de sobrevivencia; pero las americanas continúan muchas de ellas vivas, quechua, guaraní, aimara, náhuatl, maya, y conviven con el español, en unos casos a la par, como el guaraní en Paraguay, en otros de manera segregada, como las lenguas de la familia maya en Guatemala.

Allí en Guatemala, los mayas quiché representan el cuarenta por ciento de la población, pero las estructuras sociales siguen siendo tan feudales como en tiempos de la colonia. Bajo discriminación racial, la riqueza de sus lenguas es menospreciada, y siguen siendo exóticos en el paisaje. Se visten de manera diferente, hablan de manera diferente. Son los otros, olvidados y postergados. Extraños, o extraviados en su propia tierra.

El español fue la lengua adelantada del aparato burocrático, militar y religioso de la conquista y de la colonia, de las cédulas reales y de los sermones, de los memoriales y de las crónicas, la lengua de las poblaciones y reducciones aborígenes, de los asentamientos de mulatos, de los peones en los reales de minas, en las haciendas de añil y cacao y en las plantaciones de caña de azúcar, y será la lengua de los criollos y sus proclamas de independencia. Una lengua necesariamente contaminada.

Una lengua trasgresora que nunca ha vacilado en tomar lo que necesita, desde que Garcilaso y Boscán trajeron los versos endecasílabos italianos en el siglo dieciséis, “y otras artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia”.

La lengua revuelta que encarna el Inca Garcilaso, el gran bastardo, mestizo él tanto como su lengua de las dos orillas, “…y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena y me honro con él. Aunque en Indias si a uno de ellos le dicen sois un mestizo, lo toman por menosprecio”, afirma en sus Comentarios Reales.

La escritura magistral del Inca Garcilaso no podría existir sin el quechua, la lengua materna donde se arraiga, capaz de darle al español nuevas y distintas sonoridades, y escribiendo desde la lejanía peninsular, donde busca inútilmente su otra mitad, abre las puertas de una nueva lengua híbrida.

Sor Juana. LA PRENSA/ISTOCK

Y nuestra Sor Juana, que es ella misma el barroco americano. Mestiza en la lengua y criolla de nacimiento, conoce tanto el latín como el náhuatl, que insertaba en sus juguetes verbales, junto con giros zambos y mulatos, y abre así la lengua hacia abajo, hacia la hondura revuelta de la ralea popular del virreinato.

Darío se sabía bajo “el signo de descender de beatos e hijos de encomenderos, de esclavos africanos, de soberbios indios…”, y su escritura, que revuelve y descoyunta la lengua, es también el resultado de ese espíritu levantisco e inconforme que proviene de distintos nutrientes, y que en su permanente rebeldía nunca es ya la misma de la generación anterior, en la literatura y en la vida, en los libros y en la calle.

“¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?”, se preguntaba en el poema Los cisnes hace más de un siglo. La pregunta de regreso es: ¿cuánto se ha transformado el español al imponerse el inglés como nueva lengua imperial en el siglo veinte, y ahora lengua de la globalización? ¿Ha sucumbido?

Rubén Darío. LA PRENSA/ISTOCK

Ha sabido recibir, como supo recibir y asimilar los embates del árabe por siglos. Hay un alud de términos en inglés que entra ahora en la cauda del español, pero no debemos olvidar que quien produce la tecnología, bautiza sus frutos. Y, otra vez, se trata de un viaje de ida y regreso. El español avanza por encima de los muros fronterizos hacia Estados Unidos, y se viste de términos en inglés, como una lengua que contamina y se deja contaminar, igual que en el río de la Plata se vistió con el italiano y otras lenguas inmigrantes. Un lunfardo del norte, y un lunfardo del sur. Pero no es agonía, sino novedad.

Transgredir es traspasar los límites. Traspasar es trascender. No habría Miguel Angel Asturias sin la imaginería maya en que amamanta su prosa, ni César Vallejo ni José María Arguedas sin los hondos subterráneos del quechua, ni Augusto Roa Bastos sin las dulces sonoridades del guaraní, ni Luis Pales Matos ni Nicolás Guillén sin el ritmo ardiente de los tambores africanos, ni García Márquez sin las voces revueltas del Caribe desbocado de los vallenatos y las cumbiambas.

Una lengua que va de un lado a otro, una lengua sin descanso que toma lo que puede de donde puede y no se asusta nunca de su naturaleza híbrida, que vive del atrevimiento porque desprecia los límites. Una lengua viral que rompe fronteras de manera agresiva y que es una y diversa y nos identifica en su asombrosa multiplicidad.

Una lengua de la que nos llenamos la boca, como el Inca Garcilaso.

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