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Las escamas del odio

El testimonio que los nicaragüenses debemos releer es Estirpe Sangrienta: Los Somoza, escrito por Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, publicado en 1957. Tal vez el mensaje más importante no está en el libro, sino más bien en Pedro Joaquín, quien después de torturas y múltiples prisiones, no anidó odio en su corazón. La cárcel en nuestra cultura política es una “universidad” de forjar o destruir caracteres. Me bastó un poco menos de un año para convertirme de aprendiz de guerrillero en un amante fracasado de “la no violencia”, a pesar que nuestro carcelero cuando borracho, limitaba el aire que respirábamos cerrando todos los pequeños huecos de la prisión, donde nos turnábamos para recibir un poco de aire fresco. Y ante nuestros ojos, vejaba a los más humildes.

En África del Sur, Nelson Mandela desde su prolongada prisión aprendió a gobernar a sus enemigos, convirtiéndose en personaje imborrable del siglo XX. Algo semejante ocurrió en América del Sur, en Uruguay con José Mujica, “tupamaro”, después de doce años de cárcel y varios tiros en su cuerpo llegó a ser presidente, actualmente vive en una humilde chacra. Y habrá otros que se me escapan. Aunque no pocas veces la prisión ha sido escuela de sumisión de enemigos, inclusive de aliados también. Actualmente las cárceles están llenas de jóvenes y de otros no tan jóvenes, muchos acusados de terrorismo, otros de faltar al orden, de rebelión, de cualquier cosa que ingenian los administradores de la “ley”. Muchos han sido objeto de torturas y vejámenes, nosotros ilusos que creíamos que ya eran cosas del pasado, que la “revolución había terminado con la tortura”. Las condenas van desde seis meses hasta más de veinte años, insólito en nuestra historia. Los admiramos porque continúan con ese ejemplo de no moverse por el odio, sino que buscando la paz y la justicia. ¿Habrá acaso dentro de ellos un futuro presidente de Nicaragua?

“Nos hacían comer basura, plumas de gallina, a uno de nosotros lo hicieron comerse sus propios vómitos”.

“Estábamos aislados, era prohibido sentarse, nos cortaron el agua, entonces empezamos a tomar agua de los inodoros”. “Me atormentaron constantemente con choques eléctricos, de hecho, esta cicatriz en mi sien derecha, fue de una patada que me dio uno de mis torturadores”. Son frases y otras más atribuidas a nuestro actual presidente, quien estuvo en su juventud siete años recluido en las cárceles de la dictadura, durante la década de la minifalda.

¿Pero que nos lleva de perseguidos a perseguidores? Saulo, cegado por el orgullo perseguía a los primeros cristianos, en camino a Damasco perdió la vista, para recuperarla al botar las escamas del odio y convertirse en San Pablo.

¿Podremos botar las escamas que ensombrecen a Nicaragua? Dios así lo quiera.

El autor es arquitecto.

Opinión dictadura en Nicaragua protestas tortura archivo
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