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Funeral de un manifestante el año pasado. La Prensa/O.Navarrete.

52 amnistías se han otorgado en la historia de Nicaragua, y ninguna ha logrado justicia para las víctimas

Casi siempre se decretaron las amnistías para “olvidar y dar estabilidad” al país en un futuro. Sin embargo, la lucha por el poder siguió dejando masacres y baños de sangre que quedaron sin justicia.

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“No podemos olvidar, lo que nos hicieron no tiene perdón de Dios”, dice Ivania Dolmus, madre de Sandor Dolmus, adolescente de 15 años de edad asesinado el 14 junio de 2018 durante la “Operación Limpieza” que ejecutaron los paraestatales contra los protestantes que levantaron barricadas por toda la ciudad de León.

Lo dice Ivania Dolmus, pero también lo respalda Mirtha Pérez, madre de Leyting Chavarría, de Jinotega, asesinado a los 16 años de edad, o también Tania Romero, madre de Matt Romero, de 16 años, y Francys Valdivia, hermana de Franco Valdivia —ejecutado en Estelí— y presidenta de la Asociación Madres de Abril (AMA), que aglutina a los familiares de varios de los protestantes muertos durante la crisis política que vive Nicaragua desde hace un año.

“Con la justicia no se puede ceder. De que habrá justicia, habrá. Si en 30 o 40 años la vamos a tener, no importa”, dice Valdivia, enfática cuando se le pregunta si perdonaría a los asesinos de su hermano.

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Esta es una realidad que choca en las narices de todos: las víctimas y sus familiares buscan justicia en un país acostumbrado a otorgar amnistías para solucionar las crisis políticas. En total, desde la independencia de Nicaragua en 1821 se han otorgado 52 amnistías, según un recuento de Enrique Bolaños Geyer. La primera se otorgó en 1829 y la última en el año 2000. O lo que es igual: se ha otorgado una amnistía cada poco más de tres años.

Ivania Dolmus, madre de Sandor Dolmus, adolescente de 15 años asesinado el año pasado. LAPRENSA/O.Navarrete

La palabra amnistía en griego significa: “Sin memoria (o recuerdo) u olvido mutuo y general de las cosas pasadas”. Es decir, no es un simple “perdón” o “indulto”, sino que va mucho más allá: es el olvido del pasado. No solamente significa librarse de una condena; es sobreponerse a la memoria colectiva.

Con la mesa de negociación instalada, se ha hablado de la amnistía “como una solución jurídica a la crisis”. Pero también es un tema que flota en el ámbito de los análisis y debates políticos. Y es aquí en donde encuentra un mayor grado de polarización, ya que mientras los familiares de las víctimas rechazan el tema, existe otro sector que lo puede ver como una vía, que bien utilizada, pudiera permitir acceso a la justicia.

Para el experto constitucionalista, Gabriel Álvarez, las amnistías en Nicaragua han fallado porque la gran mayoría han buscado dar impunidad a los responsables máximos que toman las decisiones y emiten órdenes políticas para cometer delitos graves. “Pero aún en aquellos casos en donde se buscó la reconciliación faltó institucionalidad para administrar la justicia en el país”, dice Álvarez.

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En Domingo hacemos un repaso de las últimas amnistías, que abarcan desde el tiempo de los Somoza hasta las otorgadas por Violeta Barrios de Chamorro para lograr el desarme y la transición democrática. Siempre con la intención de lograr la “pacificación” y “reconciliación nacional”, pero que en la práctica muchas de ellas sirvieron para otorgar impunidad máxima a grupos políticos.

Marcha después de la masacre del 23 de julio. Al centro de la foto, sosteniendo la bandera blanca está Vilma Núñez. Foto: LAPRENSA/Cortesía

Luis Somoza

Durante su período presidencial, entre 1957 y 1963, Luis Somoza, el mayor de los hijos de Anastasio Somoza García, se decretaron tres amnistías. La primera funcionó para decretar perdón amplio y general sobre hechos sucedidos entre 1950 y 1957, tiempo en el cual ocurrió el asesinato de su padre, Somoza García, en 1956.

“Luis Somoza estaba amnistiando también a los ejecutores y a todos los posibles implicados y a todos los presos y exiliados, tanto culpables como inocentes en la muerte de Somoza García, así también como a los implicados en torturas y muertes posteriores”, escribe el expresidente Enrique Bolaños Geyer, en su recuento sobre las amnistías en Nicaragua.

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Sin embargo, esta amnistía en realidad fue promulgada con el énfasis de otorgar perdón a los implicados en un intento de golpe de estado contra su padre en 1954. Aquel plan fue frustrado y los involucrados fueron capturados.

“La mayoría de estos prisioneros fueron conducidos a unos cafetales de Carazo y ejecutados cruelmente. Algunos pocos fueron dejados vivos, conducidos a cárceles militares de la Loma de Tiscapa, y más tarde estos últimos fueron juzgados en Consejo de Guerra, los ejecutados sumariamente fueron parcialmente enterrados en una fosa común”, escribe en su libro “Memorias de un soldado” el coronel Francisco Boza.

“Un pequeño grupo de rebeldes que había logrado escapar y se dirigían hacia la frontera de Costa Rica fueron capturados. Y todos fueron ejecutados por tropas que comandaba Agustín Peralta”, agrega Boza en el libro.

A pesar de esta amnistía que liberó a muchos de los rebeldes de entonces, el país no encontró la calma anhelada por Somoza y en los años siguientes las sublevaciones subieron de intensidad. Así se dieron en 1959 los sucesos de Olama y Mollejones, donde se pretendía hacer una insurrección, y la masacre de El Chaparral, que luego provocó la marcha estudiantil en León que terminó en la masacre del 23 de julio.

Todo esto provocó que en 1960, Luis Somoza decretara otra “amnistía amplia e incondicional para cuanto nicaragüense, que estuviera dentro o fuera del territorio nacional, hubiera participado en acciones contra el gobierno desde el 28 de junio de 1957”.

A como la historia lo indica, la paz no llegó a lograrse después. El 11 de noviembre de 1960, por ejemplo, se dieron los llamados Cuartelazos de Jinotepe y Diriamba, planificados por el Partido Conservador, donde capturaron a varios de los implicados. Para lograr sus libertades, Luis Somoza promulgó otra amnistía en 1962 e hizo reformas electorales para entregar la presidencia al doctor René Schick Gutiérrez al año siguiente.

Ciudadana miskita durante una denuncia por el desplazamiento que realizó el Frente Sandinista en los años 80. LAPRENSA/Archivo

Navidad Roja

Uno de los hechos que marcaron más al gobierno sandinista de los 80 fue el desplazamiento de miskitos en 1981, conocido como la “Navidad Roja”. La situación fronteriza con Honduras ya había alcanzado un máximo de tensión y el Frente Sandinista temía que el Ejército Popular Sandinista fuera atacado desde dentro y fuera del país con la ayuda de la base indígena de la Contra.

El gobierno argumentó que el desplazamiento era una medida para “garantizar la supervivencia de los miskitos que estaban expuestos en una zona tan conflictiva”. Sin embargo, la oposición argumentaba que lo que de verdad intentaban era romper la base social que tenían los miskitos levantados en armas en territorio de Honduras y también otorgar amnistía a los propios sandinistas involucrados en los delitos contra los miskitos.

Años después se filtró que los servicios de Inteligencia sandinistas se habían enterado de que los antisandinistas pretendían tomarse la franja nicaragüense de la ribera del río Coco para establecer un gobierno provisional, que de inmediato sería reconocido por la comunidad internacional, incluyendo Estados Unidos. Es por eso que no dudaron en trasladar a 42 comunidades indígenas miskitas desde el río Coco hasta unos nuevos campamentos que se les dio irónicamente el nombre de Tasba Pri (Tierra Libre).

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El traslado se realizó sin previo aviso para no alertar a la Contra, mientras el EPS quemaba casas y cultivos para no dejar rastros. Meses después este traslado fue fuertemente criticado por grupos opositores y obispos católicos, entre ellos, José Wolf, sacerdote norteamericano que en carne propia vivió el desplazamiento ya que trabajaba con los miskitos.

“Ese 23 de diciembre de 1981 fui testigo ocular del desaparecimiento de 23 personas, y para no dejar huellas las fusilaron en el río Coco, el cual es fronterizo con Honduras: quisieron ocultar al pueblo esa verdad que está allí y nadie ha pagado por esa masacre”, dijo Wolf en Boston meses después, y añadió: “Después de 24 horas los cuerpos empezaron a flotar en el río y los familiares a recuperar los cadáveres para darles cristiana sepultura”.

Wolf fue acusado de apoyar a la Contra y expulsado del país por el ministro del Interior, Tomás Borge. Es por esa razón, que en diciembre de 1983, dos años después, el Gobierno de Reconstrucción Nacional consideró oportuno dar una amnistía a los implicados en actos delictivos en el caso de los miskitos de la Costa Caribe Norte. Esta amnistía se dio para los miskitos en prisión y a los que estaban en libertad tanto fuera como dentro del país. Sin embargo, un artículo de esta ley amplió su alcance a los implicados en los sucesos de la ribera del río Coco, o mejor dicho a los sandinistas que cometieron delitos contra los miskitos.

A nivel nacional e internacional se han hecho algunos intentos de buscar justicia por la Navidad Roja para enjuiciar a figuras implicadas en esta matanza. Sin embargo, estos intentos nunca se han concretado.

desarme
Israel Galeano, antes de entregar su arma a la ex presidenta Violeta Barrios de Chamorro. LA PRENSA/ARCHIVO.

Piñata

A como se sabe, el Frente Sandinista no pensaba perder el poder en 1990. La derrota cayó como balde de agua fría en sus estructuras. Es por esa razón que un mes antes de entregar el poder, el 25 de marzo de 1990, aprobaron una de las leyes más oprobiosas de los últimos 30 años.

Por lo general las amnistías se habían aprobado para olvidar hechos políticos. Sin embargo, en la amnistía 49 se introdujo un artículo conflictivo en donde se perdonaba a todos los “piñateros” que se hubieran apropiado de bienes del Estado.

“Los funcionarios y empleados públicos que presuntamente hubieran cometido delitos contemplados en el Libro Segundo, Título VIII del Código Penal y sus Reformas, en particular la Ley No. 217 del 12 de noviembre de 1985, y que no hayan sido encausados. La gracia concedida comprende la responsabilidad civil y administrativa”, cita textual el artículo.

“Hubo olvido general y todos quedaron limpios por gracia de esta Ley de amnistía, lo que era algo insólito hasta ese momento, tratándose de malversación de propiedades del Estado, que eran o debían ser consideradas del Estado de Nicaragua o de los legítimos dueños ilegalmente expropiados”, analiza Enrique Bolaños.

Esta ley fue derogada meses después por el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro, pero incluida en la amnistía 50 aprobada el 23 de mayo de 1990. En esta ley, Barrios de Chamorro asumió la paternidad de la ley y otorgó perdón y olvido a todos los delitos penales del sandinismo.

Por supuesto que por esta ley se dio a conocer una lista de nicaragüenses presos por razones políticas desde hacía años para posteriormente liberarlos en un período de siete días.

Desarme del grupo de rearmados al mando del Comandante Chispa. LAPRENSA/O.Navarrete.

Más perdones y olvidos

Para lograr bajar las hostilidades de inicios de los años 90, Violeta Barrios de Chamorro aprobó una nueva amnistía el 23 de septiembre de 1993. Esta nueva ley otorgó una amnistía amplia a todos los nicaragüenses alzados “con objetivos políticos o por reivindicaciones socioeconómicas”. No abarcaba todo el territorio nacional, sino solamente algunos departamentos, pero ponía como fecha límite para el desarme de los recompas y recontras el 28 de agosto de 1993, exceptuando los crímenes de guerra y lesa humanidad, de acuerdo con el Derecho Internacional.

De modo que con esta ley se cubrió a aquellos alzados en armas que voluntariamente se desmovilizaron y entregaron sus armas y pertrechos militares. Esta ley benefició a cabecillas sandinistas como Frank Ibarra, Víctor Manuel Gallegos, mejor conocido como Pedrito el Hondureño, y recontras como Ángel Talavera Alaniz, el Chacal, y Donald Mendoza, Cara de Piña, todos ellos responsables de varios secuestros y alzamientos que provocaron baños de sangre en el territorio nicaragüense.

Gabriel Álvares, abogado constitucionalista. LAPRENSA/O.Navarrete

No habrá amnistía para quienes dieron las órdenes

El experto constitucionalista, Gabriel Álvarez, no es reacio a la amnistía para solucionar la situación jurídica de varios presos políticos del régimen de Daniel Ortega y el esclarecimiento de los crímenes ordenados por las estructuras partidarias y altos directivos de la Policía Nacional.

Para Álvarez el debate sobre la amnistía se centra en dos premisas incorrectas. La del gobierno parte en que todos los presos políticos son culpables de todos los daños y muertes ocurridas en 2018. Y la de la oposición parte en que todos los del bando Azul y Blanco no cometieron actos delictivos.

“No hay simetría o paridad entre los delitos que se cometieron. Obviamente el 90 por ciento o más de los delitos fueron cometidos por los organismos del Estado y paramilitares, pero tampoco es cierto que no pudo haberse cometido actos delictivos de la otra parte”, dice Álvarez.

Por lo tanto, bajo la premisa de que hubo gente del bando Azul y Blanco que pudo haber cometido delitos en el contexto de las protestas, entonces sería válida una amnistía para estas personas porque claramente no son delincuentes ni criminales. “A estas personas se les podría dar una amnistía cuando existan las condiciones y un consenso nacional”, aclara Álvarez.

Sin embargo, el experto está en contra de una amnistía amplia y general. “Lo que sí pudiera haber es que policías o funcionarios del gobierno que se vieron involucrados en actos delictivos, que no sean de lesa humanidad, y que contribuyan al descubrimiento de la verdad para encontrar a los responsables de las órdenes, yo también creo que pueden ser favorecidos con la amnistía”, valora Álvarez.

Álvarez enfatiza que las personas que cometieron graves delitos de lesa humanidad no pueden ser beneficiadas con la amnistía, pero sí en un acuerdo político pudieran ser objeto de una justicia transicional para superar la grave crisis. “Los que hicieron las órdenes de estos delitos nunca pueden ser amnistiados”.

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