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El pasado en el presente

Permanente es mi lealtad con los clásicos. A esa fidelidad se suma mi admiración por los que han escrito sus memorias, dejando legados históricos. Me han inspirado las memorias del parlamentario nicaragüense Octavio Salinas. Siempre es bueno encarnar a la actualidad con la mirada puesta en la tinta ventilada por los aires de la política sana. He leído las páginas del legislador a propósito de la descomposición que sufrió Nicaragua —una de tantas— después de la revolución que terminó en mayo de 1926. Lloraban las generaciones de aquella época con la fluidez que se esparce en este tiempo. Los intentos de transformación positiva han sido fallidos por las derivaciones violentas.

Para disipar las tormentas se acudió a las salidas civilizadas, a las elecciones libres. Míster Stimpson opinaba en el “Saturday Evening Post” que debía acostumbrarse el pueblo de Nicaragua a resolver sus cuestiones del control del poder. La misma película se sigue viendo en los escenarios de hoy. Pero no estaba el tiempo para realizar esos intentos de pacificación. El problema estaba en la ilegalidad, en la ruptura de las instituciones, lo cual no solo repercute en el pueblo sino en la administración pública, la misma que pone de duelo a la lógica. Los ecos añejos de las revoluciones siguen sintiendo lo que parece ser una reiteración cíclica. Se planteaba la reivindicación del proceso electoral. Pero en términos paralelos se exploraba la urgencia de otras enmiendas más profundas como eran las reformas a la Constitución. El tiempo corría con la precipitación de ahora. No era posible satisfacer los ideales en un lapso tan escueto. Por tanto, cabía un cambio integral: La convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. Esa era la moción del legislador e historiador Octavio Salinas, una resolución ajena a “los parches”. Los puntos son congruentes con la situación crítica del presente. Se ha perdido el respeto a la legalidad expresada en el libro. Preferible una nueva constitución, un nuevo rostro en el panorama nacional. Por esa razón adquieren vigencia los argumentos de 1926 igualmente convulsionados. Se prueba con peticiones reformistas de toda índole cuando lo que se requiere es dar una respuesta frontal a la anormalidad. Los Estados quedan. Los partidos fenecen.

Salinas indica: “después de una revolución tan desastrosa hay necesidad de una renovación de valores morales, el deber de organizarse. La tranquilidad del espíritu ha desaparecido. La convocatoria a una Constituyente es necesaria sobre bases de paz y orden”. ¿Calza ese medio en un Estado fallido? El problema está en quienes la conforman, quienes la manejan, quienes la implementan. Hay ejemplos negativos y positivos. La nuestra de ser posible sería resolutiva. “La otra cara de la moneda”.

El autor es periodista.

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