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¿Alojamiento barato?

Al llegar al lugar señalado por el operador, me encontré que el sitio de alojamiento era nada menos que una iglesia de una conocida denominación que se dedica a recoger ropa y alimentos para personas indigentes en todo EE. UU.

Me vine a Atlanta para obtener una acreditación profesional y la logística del viaje la había arreglado hacía no menos de tres semanas; confié en ese canto de sirena de los alojamientos diferentes a los hoteles convencionales, por lo que decidí experimentar para dar testimonio de primera mano sobre esas opciones.

La verdad es que en algunos aspectos soy bastante conservador y desconfiado, pero sin perder el impulso por experimentar nuevos planteamientos. No obstante, a medida que pasan los años, he de reconocer que la intuición va adquiriendo una certidumbre cada vez más clara, más definida, la cual me comprueba cada vez más que cuando se oye esa voz interna, uno debe ponerle mucho cuidado.

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De la dirección electrónica y demás detalles de contacto del alojamiento no obtuve la comunicación que confirmaba que la reserva estaba confirmada, no obstante que pagué al operador de un mundialmente reconocido sitio web de viajes la tarifa convenida -muy favorable aparentemente- por lo cual experimenté sensaciones encontradas, por un lado, la confianza y reputación de ese operador de viajes, pero por otro, la extraña tardanza en la confirmación del sitio físico.

Al llegar al lugar señalado por el operador, me encontré que el sitio de alojamiento era nada menos que una iglesia de una conocida denominación que se dedica a recoger ropa y alimentos para personas indigentes en todo EE. UU., los cuales también acopian enseres usados y cachivaches que venden en Nicaragua los dueños de negocios de pacas.

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La iglesia estaba enclavada en un área -que, aunque aparentemente se perfilaba como un suburbio de buenas casas- me lucía bastante solitario de día; pero pensé que podía ser un riesgo de seguridad extremo durante la noche. No ignorante de los acontecimientos que aquí mismo ocurren con la seguridad ciudadana, tenía ya una mezcla bastante fuerte de sentimientos encontrados sobre si la opción que había seleccionado había sido la mejor.

Llegó la hora del registro, en la cual supuestamente la propietaria del sitio aparecería, a las 3.00 pm exactas, pero ella no llegó a la hora convenida, haciendo ya bastante molesta la espera por ese atraso, que podía ser absolutamente normal en un país como el nuestro, pero no aquí en EE. UU. en donde el dios dinero es omnipresente como única y legítima medida de las cosas.

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Al pasar media hora allí, opté por retirarme del lugar y llamar a la compañía operadora para manifestar mi queja de servicio. Hablé con un agente largamente y resulta ser que la clave de acceso enviada por la propietaria del sitio llegó dos horas más tarde de la hora convenida; es decir, a las 5.00 pm. Este era el código electrónico para abrir la puerta del “ala de alojamiento” de este templo de aspecto rústico y de madera desvencijada, con arquitectura sureña, un sitio de aparente oración, pero no que sirviera de alojamiento.

Discutí por más de media hora con el agente encargado de procesar mi queja y el reembolso por el fiasco, quien al final, mediante argumentaciones basadas en la supuesta “letra chica” de los contratos electrónicos para este tipo de servicios, resultó en la imposición de una penalidad al cliente -mi persona- de dos noches, de las siete que estaría alojado en el lugar: un robo a todas luces, una vileza de una operadora que prontamente publicaré en cambiocultural.blog sus detalles específicos, para que quienes me leen -que siempre les agradezco- puedan divulgarlo y prevenir una situación como esta, suponiendo que el respaldo de una operadora de viajes de clase mundial bastará para brindar una experiencia positiva, convirtiéndose nada más en facilitadora necesaria publicitando servicios engañosos, sin verificación de estándares de servicio y que actúan desde la sombra disimulando su verdadero cariz.

Reflexionaba sobre la experiencia pensando en cómo verle el lado positivo y por la tarde cuando ya me había movido a un hotel convencional de la cadena de mi preferencia inveterada, salí a recorrer los alrededores del espléndido lugar donde este está ubicado, encontrándome de pura casualidad –¿o causalidad? – en una mesa de lectura un libro abierto con la siguiente frase: “Lo que a veces llamas mala suerte, es un pequeño pago por haberte evitado una suerte peor”.

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