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Cinco cuentos de Guillermo Menocal, de su libro inédito Cruz Paté y otros relatos

"Oliver Fisher" es el primer cuento de Guillermo Menocal que habla sobre un misterioso escritor que desapareció al escribir su segunda novela. En la primera escrita en los años setenta recuerda a su fallecida esposa, Carol

Oliver Fisher

Oliver Fisher, de Franklin, Wisconsin, quien, después de quedar viudo decidió permanecer soltero y eligió la soledad y el encierro en su propio hogar. Una vez a la semana salía para ir al supermercado y al banco. Gozaba de buena salud a sus cincuenta años. Vivía en una casa rodeada de árboles y arbustos en esa pequeña ciudad.

Oliver, cultivaba hortalizas, trabajaba en su jardín, en el otoño limpiaba las hojas y en el invierno la nieve. Preparaba su propia comida, leía y escribía. Así transcurría su vida. Era callado, taciturno y a la única persona que a veces saludaba y conversaba brevemente, era con el cartero.

En mil novecientos sesenta, terminó de escribir su novela “Carol”, en la cual, el personaje principal era su fallecida amada esposa, Carol; libro autobiográfico, escrito con gran desarraigo y pasión. Resolvió enviarlo a una casa editora y un par de meses después recibió una carta donde la editorial le comunicaba que su obra era excelente y que estaban interesados en publicarla. Los convenios de la edición se hicieron por teléfono y Oliver quiso que no apareciera en el libro más que los siguientes datos biográficos: “Oliver Fisher, nació en Franklin, Wisconsin en 1908”. Al año siguiente, la misma editorial le publicó otro libro: “Relatos fantásticos”; esta vez, el autor quiso que a sus datos biográficos escritos en su novela “Carol”, solamente a aquel se le agregara: “y vive apartado del mundo exterior. Casi nada se sabe de él”. Ambos libros tuvieron una gran aceptación del público y el escritor fue considerado por la crítica como una celebridad. Oliver Fisher, supuestamente nunca más volvió a escribir.

El periodista Guy Simons, se había interesado en conocer el paradero del escritor para realizarle una entrevista; pero la editorial no quiso proporcionarle ningún dato. Cinco años después, el periodista oyó que alguien llamó a Oliver Fisher para ser atendido en un banco. Simons, esperó al callado, taciturno e indiferente hombre.

— Perdone la molestia, señor, ¿es usted el escritor Oliver Fisher?

Oliver quedó viendo al hombre con recelo y mal gusto. No le contestó y salió del Banco. Guy lo siguió en su auto; pero consideró prudente no seguirlo hasta su destino. Tres días después, Simons, regresó al lugar donde había dejado de seguir a Fisher y continuó manejando por esa ruta hasta llegar al tope del camino. De regreso manejaba más lento y se detenía a mirar las escasas viviendas que estaban a ambos lados de la vía. Quiso la suerte que se encontrara con el cartero:

— Disculpe señor, mi nombre es Guy Simons y soy periodista, he aquí mi licencia. Estoy perdido y no encuentro la casa del señor Oliver Fisher, ¿Podría usted ayudarme?

El cartero vio la licencia de Guy y dijo:

— Sí, hace rato pasé por allí pero no lo vi. Regrese, la cuarta casa de la izquierda es la de él, la que está un poco más adentro.

Gracias por su ayuda, agregó Simons.

Cuando localizó la propiedad, penetró por el camino de la entrada y de largo avistó detrás de la casa a un hombre y por un momento se quedó observando y pensando. Oliver no notó la presencia del vehículo. Guy, dio la vuelta y emprendió la ruta de regreso. En el camino  de nuevo se encontró con el cartero y detuvo su auto.

— Gracias por su ayuda.

—¿Lo encontró?

— No, tenía usted razón. No había nadie en casa. ¡Buena suerte!

— Lo mismo para usted, respondió el cartero.

Días después Guy Simons, hizo ciertas averiguaciones y dio por un hecho que Oliver Fisher era el famoso escritor que él buscaba. Un amigo que trabajaba en la editorial, accedió a darle la dirección postal del célebre autor. Se trataba del mismo lugar donde él había estado días antes. Entonces el periodista, con entusiasmo, le comentó al director del Diario donde él trabajaba:

— Sé quién es y dónde encontrar al escritor Oliver Fisher. Mañana iré a su casa y prometo entregar a la redacción una entrevista.

Al día siguiente Simons encontró sentado en el porche de la casa al autor.

— Buenos días señor Oliver Fisher.

Oliver lo quedó observando, tomó un poco de café y respondió:

— Sé que es usted el periodista que me anda buscando. ¿Se puede saber para qué?

— Perdone mi atrevimiento señor. Sé que es usted el autor de la novela “Carol” y el de los “Relatos fantásticos”.

—¿Y eso que tiene que ver para que usted me persiga e invada mi propiedad?

— Señor, le pido disculpa.

—¿Qué quiere usted saber?

— Le prometo que nada sobre su vida personal.

— Si es así, ¿qué otro asunto lo motiva para venir aquí?

— Sus dos libros señor Fisher. Es por sus extraordinarios dos libros que estoy aquí.

El escritor se levantó, abrió la puerta de la casa. Con un ademán invitó al periodista para que entrara. Sin hablarle le sirvió una taza de café y se sentaron en el desayunador y empezaron a conversar. Oliver Fisher, discurrió sobre su obra. Toda la mañana hablaron. El cartero llegó y aceptó una taza de café y después se marchó. Oliver le refirió a Guy muchas cosas acerca de su vida privada, de su experiencia como escritor y por qué dejó de escribir. La conversación se hizo interesante y amena. Simons, después de ambos haber almorzado, se despidió de Fisher muy contento, con una gran admiración hacia él y prometió volver a visitarlo.

Por la tarde, el periodista se presentó a la sala de redacción del Diario. El director le preguntó:

—¿Cómo te fue con la entrevista?

— Lo siento. No era el Oliver Fisher que yo creía.


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Cruz Paté

Amir Mahir viajó desde Whitefish Bay, Wisconsin, a Israel. En la Baja Galilea se encontró una plaquita cuadrada de metal gris de cuatro centímetros, en la cual estaba incrustada una Cruz Paté de color rojo. Amir, sintió sorpresa y alegría al encontrarla porque consideró que debía de ser una pieza antigua muy valiosa. En internet encontró que se trataba de una cruz de los templarios y se llenó más aún de gozo. En el camino hacia el hotel, su mano llevaba asida la cruz dentro de su bolsillo.

A la hora de acostarse Mahir, colocó debajo de la almohada su tesoro y durante toda la noche tuvo variados sueños donde él aparecía contemplando los heroicos y triunfantes combates de los templarios. Allí conoció a los primeros caballeros del templo de Salomón y al primer líder de los caballeros franceses, Hugo Payhs, porque él estuvo presente cuando esta orden religiosa militar fue fundada en 1118 y aprobada por la iglesia católica en 1129.

A la mañana siguiente despertó confuso, buscó su joya bajo la almohada y notó que la cruz resplandecía y que el color rojo era como un río de sangre que fluía y devenía manteniéndose siempre en su lugar; porque la sangre de Cristo, acaso estaba viva y tal vez hervía.

Al salir de la habitación, la inspeccionó y comprobó que la cruz se mostraba como la primera vez que la vio. Desayunando, recordaba todo cuanto había sentido y visto en sueños. Durante el resto del día anduvo como en un estado de sonambulismo, mejor dicho, soñando despierto en Las cruzadas y en esa extraordinaria Edad Media.

La segunda noche soñó que conversó con Ricardo Corazón de León y que este le refrió ciertos secretos de la religiosa Orden, conquistas y otras hazañas, incluso le participó:

— Amir Mahir, tú ya no serás un iniciado en esta santa Orden; mañana, al caer la tarde, te ordenaré caballero templario, mientras tanto, refúgiate en tu fe, obediencia, humildad, amor y valentía.

La tercera noche, vio en sueños que luchaba contra el indulgente y recto Sultán Saladino en “La Batalla de los Cuernos de Hattin”, que  durante el combate vio a Gustavo Duré dibujando la batalla y que había sido prisionero del Gran Sultán quien le dijo:

— Amir Mahir, con arrobo has luchado defendiendo tu causa y honor, no tengo nada contra ti, serás tratado con clemencia. Que el Dios de Abraham, que también es tu Dios y el mío, nos proteja.

Al día siguiente Amir Mahir, regresó a Baja Galilea para reconocer el terreno donde él, en sueños, había luchado infructuosamente en contra del Gran Sultán de Siria y Egipto. Todo era diferente. Alguien le informó señalando el lugar, que en esos pequeños montes, estaban los restos de unos volcanes apagados con sus dos picos que se asemejaban a un par de cuernos.

Amir Mahir, nacido en Whitefish Bay, Wisconsin, sacó de su bolsillo la Cruz Paté. Ahora sabía lo mucho que significaba para él. La empuñó fuertemente, se arrodilló y como si se tratara de una espada templaria, se la llevo a su pecho con gran reverencia. Cuando abrió su mano, la Cruz Paté de los templarios había desaparecido.


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El ilustre paria

Un sueño extraño despertó a Bejarano en la madrugada y ya no pudo dormirse. De nuevo ese hombre aventurero que frecuentemente visitaba las tabernas y burdeles, reñía en las calles y tenía amigos de poca monta, se le manifestaba en el entorno de sus sueños. Atilio Bejarano, no sabía por qué siempre soñaba con ese individuo que alteraba su vida misteriosamente. Ese hombre de aspecto impreciso, unas veces era Atilio, ora ese individuo, quienes aparecían representados en el sueño, permutando sus vidas, ambos eran el mismo ser alternando sus acciones, convirtiéndose en un solo personaje o Atilio como espectador solamente. Esto a Bejarano lo inquietaba y lo consideraba como algo inusitado.

Un día Bejarano despertó inquieto, porque soñó que él había dado muerte por rivalidad amorosa a un religioso de apellido Sermoise. Perturbado se levantó de la cama, se sentó en el sofá con un vaso de agua, hasta calmarse; luego trató de reconstruir los hechos oníricos; recordó que él y el soñado, inexplicablemente eran la misma persona. En esa escena, Atilio se miró salir de un lupanar borracho tras su víctima, ambos riñeron en la calle pero no quedó claro si fue de una pedrada o de una puñalada que mató a su adversario. Incluso, en fugaces y variadas escenas de esa noche, se miró encarcelado, llevando una vida bohemia, arriesgada, de pillaje, escondiéndose de la justicia y escribiendo algo.

Otra noche soñó que uno de los pandilleros se refirió al personaje de su pesadilla con el nombre de Montcorbier; lo cual le sonó extraño y pensó: “Ah, debe de ser su apelativo”. Ensueño y pesadilla eran parte de su vida cotidiana. Él ignoraba por qué concebía siempre el entorno y la vida del mismo personaje. “Algo hay en él y en mí que nos une”, concluía con resignación. Él nada podía cambiar; de tal manera que los abruptos sueños ya no lo sobresaltaban ni lo preocupaban y todas las noches estaba preparado para lo que le viniera en sus perturbadores y raros momentos nocturnales.

Una noche Atilio soñó a Montcorbier cuando este era niño y perdió a su padre. Su madre, por asuntos desconocidos lo confió a un Canónigo o Capellán, quien lo adoptó, le dio su apellido y estudios. Bejarano estuvo presente en la graduación de Montcorbier cuando éste recibió el título de Maestro en Arte de la Universidad de la Sorbona; pero debido a su temperamento rebelde y violento, en vez de dedicarse a enseñar, prefirió convertirse en un delincuente, en un paria de la sociedad.

Una onírica noche a Bejarano se le reveló una escena donde no supo si era él o el otro, el protagonista. Allí vio cómo el personaje de su sueño junto con otros osados individuos, robaron en el Colegio de Navarra, cuya escena se le mostraba a Atilio, en siglos remotos en un país de Europa. Días después, uno de sus compinches fue detenido por la policía y mencionó el nombre de Montcorbier, entonces éste, una vez más fue arrestado y nuevamente torturado; pero tuvo la dicha de ser liberado. Y así sucesivamente el soñador pasaba soñoliento sus noches y días.

Atilio fue a conocer Francia. Una noche en el hotel, soñó que Montcorbier se vio implicado en el asesinato de un notario pontifical de apellido Ferrebouc. Las autoridades lo sentenciaron a la horca y Bejarano lo vio en el calabozo escribiendo apasionadamente, mientras esperaba el cadalso. Alguien abogó por él y tuvo la suerte de no ser ejecutado; mas fue condenado al destierro. Algo misterioso le sucedió a Bejarano, pues a partir de las siguientes noches dejó de soñar con Montcorbier.

Al séptimo día de estar Atilio en Francia, fue a visitar uno de los jardines de la Escuela de Bellas Artes de París. Le llamó mucha la atención al ver una estatua de bronce muy parecida a él físicamente. El escultor de esa obra se llamaba Jean Francois Marie Etcheto, nacido en España en 1853 y fallecido en Paris en 1889. Anotó el nombre del personaje de la estatua. Se dirigió al mostrador informativo y allí una joven le refirió diversos datos sobre quien fue en vida el personaje de la escultura. Atilio quedó impresionado y le compró un libro a la joven que contenía, entre otros escritos: “El Pequeño Testamento” y “Gran Testamento”. Después de leerlo, regresó con gran admiración a la estatua para expresarle con ternura:

—¡Oh ilustre, intrínseco acaso carnal amigo de mis ensueños, no sé si seré tu doble o simplemente soy tú! Ahora sólo sé de mí que soy tu errante y desterrada figura que un día desapareció de París sin dejar rastros. ¡Mi querido incomprendido Francois Villon!


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Tulio

El albañil Carmelo Ruíz estaba casado con Paulina Pérez y tenían cinco hijos. Tulio, el mayor, a los catorce años se fue del hogar debido al carácter déspota de su padre, quien a todos los castigaba cruelmente y muchas veces por cosas insignificantes. En casa le temían, especialmente cuando llegaba borracho. Su esposa también era maltratada física y verbalmente. Todos vivían en una situación tensa, estresante, atemorizante, con muchas expectativas. Cuando Lola cumplió los dieciséis, prefirió marcharse con un hombre mucho mayor que ella; y Teresa, a los trece, salió aterrada huyendo del albañil para irse a refugiar a la casa de su hermana Lola. El padre renegaba de los hijos que se habían fugado y descargaba su furia contra los menores y Paulina. Los vecinos odiaban y proferían insultos y amenazas hacia Carmelo y le decían a la señora Pérez:

—¿Hasta cuándo vas a dejar a ese desgraciado que les ha hecho tanto daño?

—¿Y a dónde me voy a ir, si no tengo a nadie aquí?

Los vecinos apoyaban y cuidaban a Paulina y a sus dos hijos; vigilaban al esposo cuando estaba en casa; permanecían atentos para defenderlos de los iracundos ataques de Carmelo. La situación mejoró un poco.

Ocho años transcurrieron, hasta que al fin, el fornido Tulio, regresó a la casa de sus padres, procedente de Guatemala. La madre y sus dos hermanos lo abrazaban llorando. El padre de largo vio la escena con disgusto y sin decir nada salió de la vivienda refunfuñando. Regresó de noche y sin hablarle a su mujer se acostó. Como de costumbre, al día siguiente se levantó muy temprano para irse a trabajar. Paulina le sirvió la comida. Carmelo tiró el plato al piso y comenzó a insultar a su mujer y a empujarla. Inmediatamente Tulio apareció.

—¡Si tocas a mi madre te las vas a ver conmigo!

—¡Y tú quién eres malnacido que desafías a tu padre!

—¡Te prevengo. Si la vuelves a tocar te la verás conmigo!

El padre se abalanzó furioso contra su hijo disparándole golpes, entonces éste con todas sus fuerzas atrapó los brazos de Carmelo, se los sacudió con violencia hasta lastimarlo y lo lanzó contra la pared. El padre sintió la potencia del adversario, sabía que nunca podría enfrentarlo. Tulio, desafiante se le acercó y con los dedos de su mano derecha hincaba varias veces el pecho de Ruiz.

—La próxima vez te irá peor. Te lo prometo. Nunca supiste lo que es ser un padre; siempre nos trataste como enemigos y fuiste un verdugo con nosotros, pero ahora ya no será así, sentenció severamente el hijo.

Carmelo se hizo a un lado, furioso y derrotado se escabulló y presto abandonó la casa. Los hermanos abrazaron a Tulio y los tres fueron a consolar y abrazar a la llorosa madre.

Al llegar Ruíz por la tarde, vio al hijo sentado en la sala.

—¡Me la vas a pagar!, le gritó el padre.

—No, tú me la vas a pagar y de aquí ya no me voy, ripostó tajantemente Tulio.

Dos días después, Carmelo abandonó la vivienda y se fue a vivir a la casa de un amigo.

Tulio, con sus ahorros, le instaló una pequeña pulpería a su madre. Le hizo unas mejoras a la casa. Conoció a Vicenta, se casaron, tuvieron varios hijos. En ese hogar reinaba la tranquilidad, el amor, el respeto y el bienestar económico. Carmelo, que se había convertido en alcohólico, se le veía transitar por las calles, desarrapado y desmejorado, pero nunca se acercaba a su familia.

Una noche, Tulio encontró en un rincón de una calle a su añoso padre tosigoso y afiebrado. Se acercó a él. Carmelo lo reconoció y ambos se quedaron viendo fija y mansamente, pero no se dijeron nada. Tulio, cargándolo se lo llevaba a su casa y durante el camino, Carmelo llorando abrazaba fuertemente a su hijo. En el hogar todos estaban asombrados cuando los vieron llegar.

— Está muy mal, les dijo… y agregó, ya es tiempo que en sus últimos días cuidemos de él.


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Alucinación auditiva

El director de la Compañía de Servicios de Envíos le dijo al joven Abraham Ferreti que primero tenía que entregar urgentemente la encomienda al señor Abel del Solar.

— Désela personalmente en las manos al destinatario. Él está esperándola. Después proceda a las otras entregas, le ordenó enfáticamente el directora Ferreti.

Abraham colocó el envío en el asiento del pasajero y partió. De pronto oyó una voz procedente del paquete; mas él no le dio importancia porque estaba acostumbrado a oír ruidos y voces. Ferreti, no era esquizofrénico ni bipolar.

— Te sugiero una vez más que abras lo que llevo adentro.

— No. Me ordenaron que te entregara en las manos del señor Abel, y así lo haré.

— Del Solar no es una buen tipo. Hazme caso.

— No insistas. Soy honrado y vivo de este trabajo.

Durante el largo viaje continuaba el diálogo entre el paquete y Abraham. Hastiado éste de oírlo, decidió ponerlo en la parte trasera del vehículo y prosiguió su marcha. Un susurro lejano y continuo escuchaba el conductor, entonces, este enfadado detuvo el van, tomó violentamente al paquete y sacudiéndolo con fuerza le gritó:

—¿Qué es lo que quieres de mí, dime?

— Que abras mi contenido.

— Te he repetido que no acostumbro a curiosear las encomiendas. ¡Déjame en paz!

— No lo haré mientras esté contigo.

—¿Por qué quieres que vea lo que hay adentro?

— Porque sé que nada bueno hay aquí.

—¡Y eso a mí que me importa! Dime tú lo que guardas.

— No estoy autorizado para decírtelo.

— Eres un necio. Sé perfectamente que no eres real.

—¿Qué no, acaso no me tienes entre tus manos?

— Cierto, como cierto también es que mi imaginación te ha dotado de expresión verbal.

— Estás en un error…

— … no sigas, replicó Abraham, y de buena manera lo colocó de nuevo en el asiento delantero y prosiguieron el viaje.

Esta vez ambos hablaban pacíficamente. Se olvidaron de la conversación anterior y compartían historias de béisbol, boxeo, sobre sus familiares y acerca de otros asuntos más agradables, hasta que llegaron a la casa del señor Abel del Solar, quien firmó el recibo del envío. El destinatario dijo:

— Gracias joven. Feliz Navidad y Año Nuevo y le entregó una propina.

— Igualmente para usted señor del Solar y muy agradecido.

Abel quedó viendo extrañado al joven Abraham Ferreti, cuando éste, señalando con su dedo y dirigiéndose al paquete le declaró:

— Igualmente para ti también querido amigo.

 


LA PRENSA/Cortesía

Guillermo Menocal G.

Nació en Granada, Nicaragua en 1946, es poeta, escritor y ensayista. Miembro Correspondiente de la Academia Nicaragüense de la Lengua.

Fue profesor de Español y Literatura en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua; en Milwaukee Area Technical College (MATC); y en el College, Defense Languages Institute (DLI). Actualmente vive en Wisconsin, USA y está jubilado.

Obra literaria

Tiene dos libros inéditos: “De Boston a Panamá” (Novela), 7 “Cruz Paté y otros relatos”.

Ha publicado: “In extremis” (1974) “Observaciones” (1975), “Cúmulo ardiente” (1980), “Galería” (1983), “Sexto sentido” (1987), “De prosas y prosemas” (1988), “Poesía dispersa”(1989), “Intrínseco ser” (1995), “Las parcas en la quinta del sordo” (1997), “Amores y frustraciones” (1998), “Leyendígenas”(2000).

“El pasado perdido” (2000), “Relacortos”(2002), “Sucesos” (2004), “Escritos descritos” (2006), “La naturaleza del ser” (2007), “Daniel” (2008), “Recopilación temporal” (2008), “Selección poética” (2010), “Rencuentros” (2011), “Sueños y vigilias” (2011), “En la Gran Sultana y otros escritos” (2013), “El guardián lector” (2015), “Amor en Manhattan” (2015), “Daguerrotipo” (2016).

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