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Wilmer Hernández busca consagrarse como entrenador: “Si no fuera por el boxeo estuviera muerto o perdido en vicios”

El Tigre, quien entró al boxeo por su hermano, empezó con el Chocoyo Acosta. "La primera vez que me pusieron a un rival enfrente le decían el Barbero y me dio una paliza, tres meses después fui yo quien le regresó esa paliza"

En el centro del ring estaba Wilmer Hernández haciendo sparring contra José “Quiebra Jícara” Alfaro. Era el inicio del  nuevo siglo, aún Alfaro no sabía que sería campeón mundial ni Hernández que su futuro sería truncado por un desprendimiento de retina, tampoco nadie se imaginaba que años más tarde estaría la incógnita del asesinato o suicidio de Alexis Argüello. Ni siquiera ambos habían debutado en el profesionalismo. Wilmer, conocido como el Tigre, lanzó un gancho al hígado y, Quiebra Jícara dejó el codo, de inmediato surgió una inflamación en el antebrazo. “¡De qué te quejas que eso no es nada!”, le dijo el Flaco Explosivo, quien los entrenaba.

LAPRENSA/ROBERTO FONSECA

Argüello continuó adiestrando como si no hubiese ocurrido nada. Terminaron  con la sesión de sparring de cuatro asaltos, luego pasaron al saco otros cuatro asaltos y, finalmente a la pera. “Hice tres asaltos en la pera, pero ya no soportaba mi brazo. También me sentía exhausto. Le dije a Alexis que no podía más, me mareé y caí al suelo”, recuerda Hernández. “Alexis comenzó a decirme que debía continuar, se molestó, me dijo hasta de lo que me iba a morir por haberme dado por vencido. Yo me solté a llorar. Al rato me mandó a llamar y me preguntó que me había pasado. Le dije que no había desayunado. Más calmado dijo ‘aquí no podes venir sin desayunar’ y me regaló 5,000 córdobas. Yo recuerdo que en modo de broma le dije que iba a llorar todos los días”, rememora.

Wilmer Hernández junto a sus dos hijos. LAPRENSA/ROBERTO FONSECA

Esa es una de las tantas historias en la vida de el Tigre Hernández, entrenador de boxeo, que terminaron moldeando su carácter. Confiesa que si no hubiese sido por el pugilismo probablemente estaría muerto o perdido en el mundo oscuro de las calles y vicios. “A los 12 años ya fumaba, era un vago, estudié la primera en un lugar que le decían el Gallinero, luego pasé de colegio en colegio por necio. Llegué a la universidad pero me salí en tercer año de Ingeniería en Sistemas porque no sabía nada. Mis padres se separaron cuando era pequeño. Éramos cuatro hermanos y dos quedamos con mi papá. Trabajé como guarda de seguridad, era muy bueno al machete también, me dediqué a sembrar y hacía cualquier cosa por la necesidad de conseguir dinero para sobrevivir”, asegura.

El Tigre, quien entró al boxeo por su hermano, empezó con el Chocoyo Acosta. “La primera vez que me pusieron a un rival enfrente le decían el Barbero y me dio una paliza, tres meses después fui yo quien le regresó esa paliza”, indica. El Tigre fue nombrado en 2005 como el mejor prospecto del país al ganar seis combates sin perder uno solo, pero cuando iba a disputar un título juvenil en 2006, le hicieron exámenes descubriendo que no podía seguir más. “Yo le preguntaba al doctor: ¿pero voy a seguir peleando? Él no me decía nada, luego lo vi hablando con Silvio Conrado y escuché cuando le dijo que necesitaba operarme y que no volvería a pelear. Sentí que el mundo se me partía en dos. No lo creía y hasta le reproché a Dios eso que me pasó. Tenía desprendimiento de retina, veía chispas pero yo no le ponía mente”, explica Hernández. Conrado le pagó la primera operación según cuenta, más adelante, el muchacho recién nombrado prospecto del año cayó en los vicios por la decepción, peleó contra indicaciones médicas en Costa Rica, México y España, perdiendo todos los combates.

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“En total me han hecho ocho operaciones. Ahora le agradezco a Dios porque luego a parte del primer problema, salió que tenía miopía, estigmatismo y cataratas. En otras palabras los doctores me dijeron que era para que estuviera ciego. Luego me encarrilé otra vez al pugilismo pero como entrenador”, relató.

Ahora saltó de ser un preparador físico a entrenador. Y como adiestrador la suerte no le ha sonreído tanto. En su debut oficial tomando las riendas de Román “Chocolatito” González perdió contra Rungvisai en 2017, siendo apartado del equipo injustamente cuando Chocolatito había hecho la mejor pelea en toda su carrera y el combate se catalogó como robo, en 2018 cayó dirigiendo a Byron “el Gallito” Rojas y ahora en este 2019 no tiene espacio para parpadear con Cristofer “el Látigo” González.

Wilmer Hernández (izquierda) en su etapa como boxeador. LAPRENSA/ROBERTO FONSECA

El Tigre tiene una cualidad en peligro de extinción en esta sociedad: la honestidad. “Con Chocolate me dijeron que no seguiría siendo entrenador pero que podía estar en el quipo apoyando, eso no me gustó porque el trabajo que se hizo fue muy bueno. Al final ya todos saben lo que ocurrió en la segunda pelea al ser noqueado y, en esa pelea yo iba a ganar 25,000 dólares, con Rojas yo hubiera apostado la casa y todo lo que tengo porque creía que ganaría, tenía unas condiciones inmejorables y se bloqueó. Nunca había cacheteado en el ring a un peleador, pero hasta eso hice tratando de que reaccionara. Se desenfocó. Ahora creo que será mi consagración como entrenador, me gustaría ser recordado como un buen entrenador. He demostrado que he evolucionado mucho y verán a un Cristofer como cuando peleó contra Daigo Higa”, sentencia Hernández, mientras sostiene a su hijo menor en sus piernas.

Deportes Román González Wilmer Hernández archivo

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