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La Hacienda Asunción en 1961. Por el punto 1 escalaron los criminales, en el punto 2 murió la viuda, el 3 eran sus aposentos y el 4 era donde dormía el mandador y su esposa. HOY/Archivo

Grandes Crímenes | El asesinato de una mujer en 1961 en la Casa Maldita de Rivas

Emilia Balsells fue golpeada con una tranca de hierro varias veces en el rostro, lo que le fracturó el cráneo e hizo que uno de los ojos se saliera de su cavidad.

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Este reportaje fue inicialmente publicado en el diario Hoy el 29 de abril de 2018

Cuando el mandador de la hacienda y los pobladores hallaron el cuerpo de doña Emilia Balsells, viuda de Gámez, quedaron horrorizados. Los criminales la habían golpeado con una tranca de hierro varias veces en el rostro, lo que le fracturó el cráneo e hizo que uno de los ojos se saliera de su cavidad.

Luego descubrieron que los criminales hasta le quebraron los dientes para poder sacarle una calza de oro.

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Esa noche era el 16 de septiembre de 1961. El lugar era una hacienda llamada La Asunción, en El Rosario, Rivas.

El cadáver de doña Emilia había sido hallado en su cuarto, que quedaba en la segunda planta de la casa hacienda. Abajo, dormía el mandador Joaquín Céspedes con su esposa. Uno de los dos hijos de la señora no se encontraba en la casa, porque esa noche había viajado hasta Managua a un banquete del Cuerpo de Bomberos. Y la empleada doméstica se iba todos los días a las 5:00 de la tarde.

En esa esquina la viuda tenía un machete, el cual no pudo alcanzar. Al lado izquierdo de la puerta quedó un charco de sangre. HOY/Archivo

El hijo se fue en una ambulancia hasta Rivas, en la que luego trasladó el cadáver de su madre hasta la capital, donde fue sepultada.

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El cuerpo de la viuda fue hallado con las ropas rasgadas y con un pañuelo en la boca, el cual pusieron los asesinos para ahogar sus gritos.

Policía sigue pistas

En la escena del crimen, la Policía halló un folleto que pastores evangélicos habían entregado días antes en el Comando de Rivas. Dentro de él habían varios telegramas que eran de la Policía. Las autoridades comenzaron a sospechar de Alberto Solís Torres, alias el Sucio, quien había estado detenido y como era reo de confianza, le mandaban a botar los telegramas a la basura. El joven, de 19 de años, también había recibido uno de los folletos entregados por los pastores.

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La Policía comenzó a buscar al Sucio cerca de la frontera, en los cañaverales, pero no habían dado con el joven. El periódico Novedades, oficialista de la época, informó que el Sucio “pagaba condena por varios delitos cometidos en esa ciudad (Rivas). Por tal razón se le permitía salir del comando a ‘ganarse la vida’. Visitaba diariamente la hacienda, donde trabó amistad con varios trabajadores”. Eso era prueba de lo que era el sistema penal en esos años.

Parte del tejado quebrado, por donde pasaron los asesinos. Este bajareque conectaba con el segundo piso de la vivienda. HOY/Archivo

Mientras, las investigaciones continuaban. La Policía quería establecer por donde habían entrado los criminales a la casa. También investigaban al mandador, ya que no creían que no hubiera oído nada.

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En un bajarete de la casa, los asesinos habían quitado algunas tejas para bajar o salir de la casa.

Una semana después del crimen, el Sucio fue capturado justo antes que se embarcara hacia San Carlos, Río San Juan, en el muelle de Granada. Un pasajero lo reconoció y dio aviso a las autoridades. Fue hallado por la Policía sentado sobre unas sandías que serían trasladadas en la embarcación.

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Cuando fue presentado a los periodistas, ese mismo día, dijo en tono huraño: “La única responsabilidad que tengo yo es haberlos acompañado”. Pero no mencionó quiénes eran los otros criminales.

En la frontera sur, la Guardia Nacional buscaba al Sucio. HOY/Archivo

Trío criminal capturado

El 24 de septiembre los tres responsables de la muerte de Emilia Balsells Cruz habían sido capturados. El Sucio había “cantado” los nombres de sus cómplices. Uno de ellos era Pedro Cubillo, desertor de la Guardia Nacional, y también reo de confianza del Comando de Rivas. Cubillo y el Sucio se habían conocido cuando habían estado presos, y el primero era una imagen paternal para el joven de 19 años.

Cubillo era cabo de presos y estuvo detenido por raterías, como el robo de un quintal de frijoles.

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El tercer elemento era un sujeto llamado Humberto Santana, quien era conocido de Cubillo. El crimen de la hacienda Asunción fue planeado tres días antes en unos cañaverales. Los tres hombres acordaron que el robo y asesinato se cometería el sábado 16 de septiembre de 1961, a las 10:30 de la noche. Con la información que contaba cada uno, Cubillo dibujó un croquis de la casa en el papel que traen adentro las cajetillas de cigarrillos.

Alberto Solís, alias El Sucio. HOY/Archivo

El sábado a la hora acordada, los maleantes se reunieron y tomaron el camino de tierra que les llevaba a la hacienda. Solo los árboles de mango eran testigos del marchar de los criminales. Apenas oyeron el ladrido de un perro.

“Cobarde”

Cuando llegaron a la hacienda, el Sucio titubeó. “¿Qué pasa cobarde? Vamos, es la hora. No hay nadie”, le habría dicho Cubillo, según recoge una nota del diario La Prensa del 24 de septiembre de 1961.

Cubillo y Santana subieron por las escaleras al segundo piso. Cinco minutos después regresó el primero.

“¿Qué esperas cobarde? Siempre serás el mismo. Ya está abierta la puerta”, le espetó Cubillo al Sucio. Eran las 10:30 en punto.

Subieron y 10 minutos después “un grito espeluznante agrietó la noche”, escribió Óscar Montalbán, enviado especial de La Prensa para reconstruir el crimen.

Dos gritos más no alcanzaron mayor fuerza. Los asesinos ya le habían colocado el pañuelo en la boca.

Pedro Cubillo. HOY/Archivo

Antes de ser atacada, doña Emilia dormía, pero al escuchar ruidos se despertó y cuando trató de ir por un machete que tenía en un rincón del cuarto, fue atacada por Cubillo, quien le pegó con una tranca de hierro.

Cuando recordaba el hecho, el Sucio lloraba ante los periodistas. Inmediatamente, Cubillo le dijo: “Cobarde, no llorés”. Y el joven le respondió: “No lloro por falta de hombría sino por lo que hice. Yo la vi agonizar. Cuando llegué aún se quejaba”.

El mandador de la hacienda, Joaquín Céspedes, pudo haber salvado a su patrona pero tuvo miedo. Escuchó los ruidos de la segunda planta y lo que hizo fue dar la alarma pero a mil metros del lugar, cuando llegó con ayuda, los asesinos ya habían huido.

En su declaración a los medios de comunicación, el Sucio dijo que reclamó su botín, pero Cubillo le respondió: “No tienes nada. Fuiste un cobarde y los cobardes no cuentan”. Luego soltó a reírse como “un loco” y añadió: “Creo que maté a esa vieja. Sucio vos no tenés nada”.

El joven siguió reclamando y anunció que les pesaría si no cumplían con lo pactado, por lo que al final Pedro Cubillo le dio 10 dólares, 35 córdobas y una cadena de oro de la víctima.

Alberto Solís contó que los 10 dólares fue a gastarlos en un burdel llamado Salón Victoria y la cadena se la entregó a una prima suya.

Pedro Cubillo trató de defenderse y dijo que había sido amenazados con machete y cuchillo para cometer crimen, pero las autoridades no le creyeron.

La portada de La Prensa del 24 de septiembre de 1961. El crimen conmocionó a todo Rivas. HOY/Reproducción La Prensa

Las joyas y el dinero robados nunca fueron recuperados. Según Anuar Hassan, en su libro Grandes Crímenes del Siglo XX, poco tiempo después al Sucio le fue aplicada la ley fuga.

La casa de los asesinatos

La Asunción era una hacienda ubicada en El Rosario, Rivas. A unos kilómetros de la ciudad, hacia el camino que lleva a Tola.

Estaba rodeada de cañaverales. Antes de que Emilia Balsells fuera asesinada, su marido habría tenido una discusión con un mozo, al cual habría asesinado.

Anuar Hassan, en su libro Grandes Crímenes del Siglo XX, narra que en esa casa se habrían cometido al menos 12 asesinatos, desde finales del siglo 19, por eso era conocida por los lugareños como la Casa Maldita.

La camisa de El Sucio, que la empeñó en una finca. HOY/Archivo

En La Prensa de 1961, se publicó que Enrique Guzmán estuvo en la hacienda en 1882. Describió en su Diario Íntimo, una conversación que tuvo con José Dolores Gámez, el cual le habló de espiritismo y el asesinato de su suegra 11 años atrás.

Los lugareños afirmaban que la infame casa de madera sirvió de cuartel principal de José Santos Zelaya, antes del siglo XX.

La casa fue demolida y se construyó en su lugar una urbanización que ahora es conocida como barrio Los Pinos, en Rivas.

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