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Sentenciando al opresor

Mejor idea no se le pudo ocurrir el año pasado a una preocupada dictadora para ayudarnos a identificar plenamente a quienes hoy nos reprimen.

Ante la falta de recursos económicos para seguir pagando por sus servicios, y apelando al servilismo e incapacidad de deducción de los mismos, quienes se contentan con cualquier regalía que venga de las manos de sus ídolos, dispuso entregar a todos estos singulares servidores (los miembros de las turbas orteguistas), de manera masiva, la orden “Carlos Fonseca Amador”, la que anteriormente significó sacrificio, ética y trabajo, entre otras cualidades, y que hoy representará únicamente servilismo incondicional a una pareja de déspotas.

Lo irónico del caso es que en su desesperación por anular la resistencia cívica de los ciudadanos, la dictadora proveyó al pueblo insurreccionado del mejor método para la plena identificación de sus opresores actuales, los que amparados en una capucha esconden su identidad para evitar represalias de parte de sus víctimas.

La manera anterior de recibir su pago era más segura para estos fieles servidores, pero ante la falta de recursos de sus amos no les quedará más remedio que exhibirse plenamente ante Nicaragua y el mundo entero como los sembradores del terror entre sus conciudadanos.

El recibir y portar la medalla Carlos Fonseca Amador significará la aceptación de una incapacidad de discernimiento y el reconocimiento de una miseria que los llevó a extremos ridículos para obtener ingresos, pero sobre todo la aceptación de una falta escandalosa de escrúpulos para actuar como mercenarios a sueldo de una pareja que lo que menos les importará es salvarlos de sus responsabilidades una vez ellos aborden su avión para escapar.

Ese premio los inmortalizará como seres que fueron capaces de vender su dignidad para ser reconocidos como leales por una pareja cegada por el poder que, al igual que a ellos, usaron de maneras diferentes a personas de poca autoestima para intentar sostener una dictadura que al final los abandonó a su suerte.

De tal manera que la pequeña medalla que reciban con gran entusiasmo será una pesada lápida que en el futuro no les permitirá avanzar con el resto de la sociedad, al sentirse traicionados por quienes hoy idolatran, e ignorados por quienes hoy reprimen.

El autor es ecólogo.

Opinión Carlos Fonseca opresor archivo
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