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Un nicaragüense en Panamá

Viajar de Nicaragua a Panamá es como llegar a otro mundo: una economía en pleno desarrollo que contrasta con la economía recesiva nica, que lleva ya dos años con crecimiento negativo. Los rascacielos que engalanan el cielo al atardecer conforman el enjambre de una ciudad moderna, vibrante y segura, con un turismo internacional pujante, que asoma en cada esquina, pero sobre todo en el casco amurallado de la ciudad Antigua.

Gente de rostro amable y tranquilo, el nuevo Metro se mueve veloz y silencioso debajo de la ciudad conectando puntos de la misma de una forma rápida, masiva, eficiente y económica. Los barcos hacen fila en la bahía para entrar a las imponentes esclusas de un canal asombroso, que después de 100 años funciona como un reloj suizo uniendo ambos océanos y facilitando el comercio mundial. Es un canal verdadero, no un canal imaginario y virtual como el que nos construyó en Nicaragua Wang Jing, quedando solamente como verdadera y muy real la oprobiosa concesión de nuestra soberanía con la Ley 840 que aún no ha sido derogada.

Pues bien, recientemente fui a Panamá con mi esposa por 6 días a un encuentro de “ya no tan jóvenes” graduados de Incae de la promoción MAE VIII 1976, solo para comprobar lo que yo ya sabía: que la amistad es imperecedera, que los panameños son sumamente hospitalarios y que políticamente hablando, son solidarios por empatía con los pueblos que sufren la dictadura, porque ellos tuvieron una, pero decidieron que nunca más tendrían otra.

Por esa empatía y por afinidad ideológica, uno de estos compañeros panameños de Incae me consiguió una cita con el Consejo Editorial de La Prensa de Panamá y una entrevista en MEDCOM Canal 13 con el periodista Hugo Famanias, para hablar sobre el bloqueo de insumos que viene padeciendo el Diario LA PRENSA de Nicaragua desde hace 75 prolongadas semanas y que, asombrados, pensaron que eran días, hasta que les aclaré que eran semanas, o sea, un año y medio.

A todos ellos quiero agradecer su empatía y solidaridad, el que hayan dedicado tiempo a una causa que es de toda la humanidad: la libertad de expresión.

Cuando Panamá se parecía más a Nicaragua, su dictador Manuel Antonio Noriega fue derrocado tras una invasión de los Estados Unidos el 19 diciembre de 1989, luego de que se refugió en la Nunciatura Apostólica, entregándose finalmente el 3 de enero de 1990. Después de visitar Panamá actual, un verdadero milagro económico en nuestras narices, donde muchos nicaragüenses trabajan y se labran un futuro promisorio, me asalta la pregunta: ¿qué hicieron ellos para romper el círculo vicioso, que no pudimos hacer nosotros?, ¿por qué ellos están llenos de turistas y nosotros llenos de policías represivos? Los pueblos se equivocan, pero no se equivocan tan seguido.

El autor es periodista, exministro y exdiputado.

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