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Los riesgos del pensamiento

“Y tú qué sabes de mí?” No soy ni teórico ni académico, no tengo ni la disciplina ni el método. Solo pienso según experiencia propia y me expreso según mis limitaciones. Intento sin embargo llegar a conclusiones que tengan sentido para mí, y quizás para otros. Soy contrario a Narciso, que diciéndolo claramente, me cae muy mal, hombre o mujer; y que por aquí abundan, los narcisistas digo, en particular los que pretenden ser semidioses de la verdad que han sido el todo y su contrario, y los que dicen ser lo contrario de lo que fueron antes de 1990.

Cuando el pensamiento libre fluye se puede expresar por cualquier medio no censurado hasta la fecha. Quizás sea una expiación individual, aunque esperando de regreso las descalificaciones de rigor, porque la expresión libre comporta riesgos que se deben asumir con valentía: “Tenemos una sola cosa que describir: este mundo. Escribe lo que quieras. Di lo que se antoje: de todas formas vas a ser condenado”. (José Emilio Pacheco). Sobre narcisistas y semidioses, Jorge Bolaños Abaunza me dijo una vez, años antes de irse de este mundo: “Los comandantes [narcisistas] se creen semidioses y no son más que unos culitos cagados”. La anécdota es real y ciertamente de cuando yo ya pensaba igual que él mucho antes de 1990. Aquí honro su memoria.

Todo lo anterior me conduce a una realidad de la que no huyo, porque hay los que dicen que no fueron cuando sabemos que sí, como los censores de medios de comunicación en tiempos de Tomasito, entre otros. Cuando al censor se le dice la verdad salta como animalito en la negación, pues hay quienes tienen cara dura para criticar, pero la piel muy sensible cuando la verdad viene de regreso. Reaccionan de manera furibunda, como oportunistas que son de cualquier situación política que pueda devenir.

Recuerdo bien a los negros africanos en las Organizaciones de las Naciones Unidas en Roma. Pensaban que lo merecían todo –y se ofendían con facilidad– por aquello del tráfico de esclavos y la colonización europea. Al comienzo les creí, hasta que entendí que se trataba, con algunas excepciones, de mantener el poder de ciertas tribus sobre otras y de enriquecerse. Nada nuevo.

Las tribus africanas, igual que las tribus locales y regionales nuestras antes de la Conquista, se hacían la guerra regularmente para mantener su dominio territorial y tributario, y por tanto su modo de vida. Las deidades locales (de aquí) requerían sangre humana para mantener el equilibrio del cosmos, sangre que había que ir a buscar en las tribus vecinas. Por su lado, tribus africanas (allá) capturaban a vecinos de etnias igualmente negras, para venderlos como esclavos a comerciantes árabes, y siglos más tarde a comerciantes europeos que dominaron las rutas marítimas transatlánticas.

Fue ilustrativo ver en Roma a diplomáticos negros en lujosos vehículos conducidos por blancos. Es la revancha, pensé, por aquello que el comercio europeo de esclavos y el colonialismo son un anti patrimonio histórico de la humanidad. La esclavitud sin embargo es anterior a la propiedad privada (de la tierra), y se desarrolló como un negocio de Estado. Basta saber que fueron esclavos (conquistados) los que en la antigüedad construyeron obras públicas, incluyendo templos y pirámides para dizque dioses encarnados como reinantes.

Esclavismo de Estado se le puede llamar, como al Capitalismo de Estado hoy; y hacia el Esclavismo de Estado vamos de regreso en este desdichado país, si lo permitimos, dominado –por ahora– por una pareja de malvados, sus súbditos, sus fuerzas de seguridad y sus fuerzas terroristas. Quedaría por tanto solo la familia reinante, que con sus esclavos construirían sus mausoleos a imagen y semejanza de sus símbolos mortales: los sapos y los zancudos de los que se alimentan, aunque pensándolo bien, los zancudos no podrían tener presencia en los mausoleos, puesto que ya se los habrán comido los sapos.

El autor es doctor en derecho.

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