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Celebración del Real Estelí en Tegucigalpa. LAPRENSA/CORTESÍA

El milagro de Tegucigalpa

El partido de los norteños invitaba a cortarse los pulsos. Era una mala noche. El orden táctico lo habían engavetado, no tenían salidas, solo un panorama oscuro

Todavía estoy mudo, congelado o simplemente miré hacia atrás, cuando el Real Estelí invita a seguir observando el futuro del futbol nicaragüense. Aunque el balompié en el terruño ha mejorado enormemente, el partido de los norteños invitaba a cortarse los pulsos. Era una mala noche. El orden táctico lo habían engavetado, no tenían salidas, solo un panorama oscuro. El Motagua, sin ser mejor que el Herediano y Alajuelense había desfigurado a la tropa de Holver Flores a base de presión y un ritmo frenético, los cuales provocaron el error del primer gol y la jugada que propició la falta del penalti en el segundo tiempo. Se veía normal un 2-0. No obstante, el Todopoderoso no hace milagros a medias. Y empezó un intento de remontada.

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Con el gol de Juan Barrera se había maquillado el resultado. Ya está. Se intentó y caerían de forma decente, era una manera de morir en pie, peleando contra las serpientes. El estratega para terminar de hundir al equipo sacó a Juan Barrera, el único referente ofensivo. El Iluminado lo hacía todo: peleaba balones divididos, presionaba, recuperaba y lo intentaba. Al minuto 83 se alistaban las sillas y preparaba el café. Y cuando menos lo esperas el deporte y sus designios indescifrables revirtió la situación. El equipo experimentado pecó de novato. Un error del arquero cuando el silbato se ejercitaba para  cantar el final giró el destino. Y si no creen en los milagros, previo al inicio del duelo el portero titular de los norteños había sufrido una lesión. La tropa de Flores no tenía a su hombre confiable y el muchacho Devern Fox, como un bailarín sin sincronización no adivinó ningún disparo, pero ni falta que hizo. El Motagua se terminó de hundir en la peligrosa Tegucigalpa, ciudad bendita para los norteños en donde obraron su milagro.

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