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El Opus Dei

“Nada de esto fue un error” (Ernesto Sorokin – Coti).

Vengo de la educación jesuita, como ya he dicho, orden a la que pertenece el papa Francisco, quien asumió la responsabilidad de depurar el Vaticano, a lo que Benedicto XVI renunció después de Juan Pablo II. A este lo conocí personalmente, pero no hay espacio aquí para describir las circunstancias en que lo encontré tiempo después del atentado de 1981 en Plaza San Pedro. Yo estaba entonces en Roma y la religión no era de mi interés, pero sí la diplomacia vaticana. Basta decir que en dos oportunidades le estreché la mano, identificándome como nicaragüense. “Oro por la paz en Nicaragua”, dijo en ambas ocasiones.

Juan Pablo tenía un gran carisma, y se apoyó en su misión en el Opus Dei, que elevó a prelatura personal en 1982. Es decir, que así como la orden de los jesuitas tiene el voto de obediencia al papado, el Opus Dei es una asociación de sacerdotes y laicos que se relaciona de manera preferente con el papa, por medio de un Prelado, en conformidad con el Derecho Canónico.

La Compañía de Jesús fue fundada por un militar vasco en 1534 y el Opus Dei por un civil aragonés en 1928. Los jesuitas por tanto son sinónimo de la contra (reforma) de los protestantes, el Opus Dei no. En pocas palabras, los jesuitas han pretendido cambiar la sociedad mientras que el Opus cambiar a las personas —en la vida diaria—, por la santidad del trabajo y los valores cristianos derivados de los Evangelios, y las cartas de Pablo de Tarso.

Fue por Juan Pablo II que me acerqué al Opus Dei por un tiempo por interés genuino. La sede estaba a corta distancia de donde yo viví en mi segunda etapa diplomática en Roma en los años noventa. Para ese entonces admiraba a Juan Pablo, que sin estar de acuerdo con su conservatismo social y político, era un líder internacional honesto.

No me equivoqué esta vez. La tríada Juan Pablo II, Ronald Reagan y Margaret Thatcher terminaron con la ilusión del comunismo como sociedad perfecta. No se requirió la tercera guerra mundial, sino la de las ideas por la libertad frente a la opresión rusa. El comunismo colectivista no resultó, así como los jesuitas no resultaron en la Nicaragua de los años ochenta. El Opus Dei, por otro lado, se centra en la santificación de la persona sin hacer distinción alguna, se crea o no.

Igual me interesó la popularidad de Juan Pablo II en su Polonia natal (católica) y su cercanía al movimiento sindical libertario de Lech Walesa, quien llegó a ser electo presidente de Polonia después de la caída del muro de Berlín y del colapso del partido marxista-leninista polaco. A Walesa le presenté mis cartas credenciales en 1991 como embajador de Nicaragua, concurrente desde Viena.

En 1983 Juan Pablo II había sido llevado a Nicaragua a una emboscada de los entonces comandantes de la revolución. Regresó a Managua en 1996 para el desagravio por invitación de Violeta Barrios. La gente llegó en esa ocasión por millares a verlo y escucharlo sin manipulaciones como la de 1983. Hoy los comandantes esos, vivos o no, son recordados como lo que son, nada, y por ley yo podría ser considerado traidor a la patria por obra y gracia de los falsos profetas y sus acólitos.

No le deseo males bíblicos a la pareja, sus descendientes y demás, que quede claro. Ellos ya están discapacitados por sobredosis de poder y del dinero. Están en su propio infierno y acuden desesperadamente al cínico de Bye-Ardo, para reinyectarle el virus de la codicia a los cortoplacistas del capital para reconducirlos al corral.

Acercarse al Opus Dei no les vendría mal. Tendrían una última oportunidad para salir de su propio infierno, y salvar lo que les queda del alma.

El autor es doctor en Derecho.

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