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El eterno retorno

“De regreso a lo ya escrito / pienso y veo con amargura / tantas oportunidades perdidas / en una historia que se repite”.

Esos versos son de una canción que escribí años atrás. Es sobre nosotros, lo que hemos sido y lo que no hemos podido llegar a ser desde 1821. Invariablemente hemos regresado a la autocracia, la que actualmente se manifiesta en un hombre y su mujer. Es un avance social y político considerable, por cierto, porque en vez de tener a un autócrata tenemos a dos, pero con enfoque de género. Cuando se llegue a tres se habrá comprendido la nueva teogonía política nacional, la del padre, la madre y el hijo.

En las clases de historia de Nicaragua en la secundaria, aprendí que los dioses creadores precolombinos fueron una pareja, Tamagastad y Cipaltonal. No tuvieron hijos porque sabiamente decidieron no reproducirse para evitar una guerra cósmica por el poder. Hoy la pareja de autócratas locales, que pretenden ser Tamagastad y Cipaltonal, tienen hijos, y muchos.

Donald Trump, en su corta estadía en la Casa Blanca, quiso aprender de los autócratas del mundo. Uno de ellos, Nicolás Maduro, vive aferrado al poder por cualquier medio, como la pareja de aquí, aunque no por mucho, porque no son inmortales como los dioses. Como Trump no lograba quedarse en la Casa Blanca, alentó a sus seguidores para que fuesen al Capitolio a amedrentar a senadores y representantes, para interrumpir la confirmación de las elecciones perdidas. Trató de imponerse por la fuerza pero no lo logró. Trump salió y entró Biden, un católico en una sociedad mayoritariamente protestante.

En los Estados Unidos (EE. UU.) ya hubo un presidente negro y protestante, ahora le toca la presidencia a Biden, un católico blanco —el segundo en la historia de ese país—, que tiene como vicepresidenta a una mujer, y por demás afroasiática. Nunca antes visto por allá. Que Biden hubiese propuesto como vicepresidenta a su mujer habría sido impensable. En Nicaragua, por otro lado, todo vale por obra y gracia de los corruptos y arrastrados del régimen.

Los autócratas de aquí siguen reprimiendo a los contrarios, dividiendo, encarcelando y enviando al exilio político (o económico) a los herejes del credo de la familia. Trump quiso aprender de eso, pero le fue muy mal frente a las instituciones democráticas de allá. En su mente obtusa y megalómana no pudo asimilar que en su sistema electoral, que funciona desde la Constitución de 1789, los electores le dijeron que se fuera. No logró comprender esa decisión, y pretendió desestabilizar al país arengando a sus turbas. En su gran soberbia quiso subvertir el orden institucional con unos tantos como él, expulsados ahora del Jardín del Edén por los delitos cometidos.

Los seguidores de Trump quizás han quedado a la deriva, pidiendo a los dioses un nuevo mesías. Imaginemos por tanto por un momento, solo por diversión, a Daniel y Rosario haciendo política en los EE. UU.

Se entiende que ese país es una amalgama de etnias, donde la división de poderes funciona, igual que la prensa libre.

Lo contrario sería la destrucción de la sociedad que ha llegado a ser, con sus avatares e imperfecciones, una sola bajo una constitución federal, leyes de consenso y un sistema judicial independiente. Algo así como lo que los centroamericanos de la élite trataron de imitar en la Constitución Federal de 1824 después de la Independencia de España, y del intento fallido de anexión a México por Iturbide en 1822. El resultado fue la guerra permanente de unos contra otros (por el poder) por intereses personales, locales y grupales.

“Fue doña [Rosario], mujer de cerebro excitado pero hueco, quien enardeció con gritos y cohetes a los que rodeaban el palacio del gobierno el 15 de septiembre de 1821 en Ciudad de Guatemala, para que se declarara la independencia”. (Tomado de Jorge del Valle Matheu). En León, por otro lado, las autoridades coloniales firmaron el “Acta de los Nublados” trece días después, porque no sabían qué estaba sucediendo en la sede de la Capitanía General.

Volviendo al 2021, ¿logrará la oposición consciente la unión requerida para romper con el eterno retorno a la autocracia, doscientos años después de la independencia? ¿Iría usted a la calle a exponerse a que lo golpeen los enviados de la pareja de autócratas? Yo iría si hubiese un liderazgo creíble. Avisen cuando estén listos, de lo contrario quédense en sus casas, porque después de todo si “la maldad se expía en aquel mundo, la estupidez se expía en este” (Arthur Schopenhauer).

El autor es doctor en Derecho.

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