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Cuando fue ayer

Cuando íbamos de paseo por la Roosevelt, la Bolívar o la “Quince”, o cuando compraba la entrada en la boletería del Margot, la vi y entonces suspiré y comprendí el encanto de la brisa del Xolotlán, en mi Managua de ayer. Ese ayer tan distinto al ayer que vivimos hoy. ¡No es nostalgia, es realidad!

En el cuando y en el ayer de uso corriente en la Managua de los sesenta y setenta, que nos servían para describir sensaciones y acontecimientos o momentos agradables que queríamos que no dejasen de pasar; y el ¿cuándo? interrogativo que nos preguntamos ahora para desear que el hoy ya fuera ayer. ¿De dónde esa diferencia?

Se ha producido un delito de lesa sociedad, sobre toda nuestra nación. El terremoto del 72 agrietó las construcciones de las casas de Managua, derrumbándose y enterrando a muchos de sus habitantes; pero la desmoralización que ha seguido a esas décadas, la pérdida de valores, de autoestima y de orgullo y aprecio de patria ha desplomado el alma del managua… y este fenómeno ha tenido un efecto de contagio en la nación, provocando un desplome en el alma del nica.

Y es que pareciera ficción, pero las capitales —que por lo general ostentan el poder político y económico empresarial— rigen para bien o para mal el comportamiento moral de la nación. La deshonestidad e inmoralidad de líderes y empresarios capitalinos que constituyen la cúpula del poder político y económico, se extiende cual mancha de aceite al resto del país, es algo así que tal vez podríamos llamar un fenómeno de “arrastre”.

En nuestro caso ha sucedido, tanto en nuestra historia como en el tiempo presente.

La situación posterremoto fue caldo de cultivo de sórdidos sentimientos, ambiciones y virus letales con un genoma para destruir valores y principios que aún sostenían una sociedad que entre aciertos y equivocaciones, caminaba desprovista de maldad porque conservaba su alma alegre, original, sin mutaciones.

Era el nicaragüense extrovertido para expresar a viva voz su alegría adornada con dos o tres jotazos folclóricos: ¡Viva León, viva el Bóer! ¡Viva Chamorro! ¡Viva Agüero! ¡Viva Somoza, jodido!… ahora, en cambio, es el nicaragüense siempre extrovertido que grita a voz en cuello descaradas e irrepetibles frases soeces al vecino o a cualquiera desde la acera o mientras pasa en el triciclo, taxi o “camionetona”, o bien, a través del altoparlante político profiere peyorativos contra sus adversarios con el afán de rebajarlos. Los “jotazos nicas” apenas se perciben ahora, reemplazados por la “palabra chusca” y peor aún por la que vierte veneno.

Nuestro diccionario tan rico en vocablos con los que hemos expresado coloquialmente bromas, sana ironía e incluso una ingeniosidad que nos ha caracterizado, ha sido transmutado ad hoc, para ofender.

Creo que la moralidad y buenas costumbres o educación en nuestra nación encuentran en diciembre del 72, una línea que marca una frontera entre el ayer y el hoy. A la par de ese fatídico 23, ese diciembre del 72 nos evoca como amantes del “deporte rey”, el campeonato mundial amateur o Serie de la Amistad, donde pudimos presenciar aún con nuestros padres beisbol de alta calidad y todavía disfrutamos de un festival nacional de alegría, sana y popular. Fuimos anfitriones decentes, comunicamos a nuestros visitantes alegría, ímpetus de gloria y orgullo patrio… se marcharon satisfechos y desearon volver.

Ese era nuestro país, hasta diciembre del 72.

Con el terremoto, la generosa ayuda internacional sirvió de vehículo para que creciera la deshonestidad, para el robo sinvergüenza, y la moralidad que aún guardaba las apariencias, dio paso a la amoralidad. Con la desaparición de valores empezando “de arriba”, el caldo de cultivo incentivó el crecimiento del virus de la intolerancia y la violencia, ambos virus arrasadores de la sana moral y convivencia de cualquier sociedad civilizada.

La moralidad es el tuétano que fortalece las instituciones, blinda la educación contra las malas costumbres, fortalece el poder. En este orden de pensamiento, la inmoralidad provoca anarquía, desorden, confusión… sencillamente en aras de otros intereses a saber, sexuales, protagonismo desmedido, soberbia mental; se pierde la óptica, el poder y hasta la vida…

La Revolución nos emancipó de la tiranía del autócrata, no así de la desmoralización que debido a la euforia que se vivía y la no importancia o desinterés en atenderla de sus líderes, se profundizó.

El pueblo menguado en su autoestima coreaba sin desparpajo: “Somos turba, ¿y qué?”. Desconcertados comenzamos a ver hombres “buenos y sanos” orinándose en las calles y aceras con tal desfachatez, que incluso fue objeto de reportajes internacionales, donde nos estigmatizaban a los nicaragüenses con esta indecente e inmoral costumbre.

La influencia de los líderes de la Revolución cubana y el internacionalismo de la época apasionó a nuestros dirigentes que en la pleitesía rendida a aquellos, desaprovecharon la oportunidad de enaltecer el orgullo patrio que implica siempre la exaltación de valores como el honor, la honra y honestidad con el consecuente blindaje de la moralidad.

La esperanza es el lente de la vida, el pesimismo es un “plástico” deslustrado que opaca la visión. Este 2021, año electoral para nuestra nación, nos toca verlo con esperanza. Hay que recomenzar una campaña de moralización-educación con énfasis en la eliminación del lenguaje vulgar, descalificativo y grosero, que nos permita dialogar, consensuar como hijos de la misma patria para poder vivir todos en este equilátero bendito. Las elecciones deben ser un festival nacional de esperanza, júbilo y moderación.

Y para establecer, mantener, o restaurar la república, se necesita que haya moral en la nación.

Si así lo hiciéramos, volveremos a suspirar con el ¡cuando fue ayer!.

El autor es médico.

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