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Las carcajadas de El Carmen

Dicen que, en la noche del 16 de este mes, se oyó en el vecindario de El Carmen una carcajada terrible que, como eco de ultratumba, retumbó en todos los oídos. Algunos se santiguaron. Muchos niños lloraron. Tras el sobresalto se dieron cuenta que era la señora Rosario Murillo celebrando las declaraciones de la luchadora juvenil, Amaya Coppens, en contra de Cristiana Chamorro.

Aseguran los testigos que las risotadas duraron hasta la madrugada. Cierto o no, la versión tiene lógica. Doña Rosario debió saltar feliz. Ella odia y teme a Cristiana —usualmente se odia más a quienes más se teme—. Su posible candidatura es la que más pesadillas le causa; la que le trae el doloroso recuerdo (flashback) de aquella noche de febrero de 1990, cuando desafiando las encuestas, la madre de Cristiana derrotó ampliamente a Daniel en comicios supervisados. Por eso días atrás le había dedicado su lenguaje viperino: “entreguistas, pandilla de ladrones, etc.”. Pero no era muy eficaz, por cuanto venía de quien, como juez y parte, carece de credibilidad. Pero ahora, que la sorna venía de una jovencita con áurea de héroe, muy estimada por la oposición, el golpe a su rival podía ser más efectivo.

¡Qué deleite debe haber sentido doña Rosario cuando Amaya en su escrito, tan elocuente y emotivo, dice que Cristiana, “a pesar de sus largas piernas aristocráticas, no logra tocar la tierra”! ¿Qué más puede desear la dictadora? Cada vez que un opositor descalifica, insulta o disminuye a otro, ella siente miel en sus oídos. Porque nada le puede convenir más a la pareja tenebrosa que los opositores se destrocen entre sí.

Tristemente este es el obsequio que tantos opositores le han venido haciendo al dueto de El Carmen. La ironía es que algunos con credenciales muy honrosas, que han padecido cárcel y persecución por enfrentar la dictadura, que hasta han arriesgado sus vidas, sigan sirviéndoles en bandeja de plata expresiones de ataques o desdén hacia otros que consideran menos opositores, menos sinceros, o menos valientes. Lo hacen quizás por oscuros resentimientos, o por la tendencia a juzgar con severidad a quienes creen debajo de su altura. Aunque quizás no sea siempre el caso. Puede que sus críticas sean muy fundamentadas. Pero en lugar de manejarlas con discreción las tiran al aire, sin sopesar el favor que hacen a los tiranos.

El evangelio, en Mateo 18, 15-17 nos da una buena sugerencia sobre cómo reprobar a un hermano; primero en privado, luego ante dos o tres testigos y, si persiste en el mal, ante la comunidad de creyentes, no ante el exterior pagano. No se trata obviamente de seguir literalmente este modelo, pero sí de asumir su espíritu: tratar de agotar primero las vías privadas, dialogales, y proteger al grupo. Porque estamos en una batalla donde es letal contribuir a la división y a las antipatías internas y donde, por el contrario, es vital mostrarse unido y solidario. Discrepancias, contradicciones, siempre las habrá. Pecados en los opositores también. ¿Acaso no somos todos pecadores, imperfectos, defectuosos? Aún en el más virtuoso de ellos habrá siempre lo que es propio de la condición humana; semillas de corrupción y egoísmo. Nadie es santo y puro. Aún en los matrimonios más avenidos hay roces y reproches justos. Pero no se airean en la calle. Cuando Noé se embriagó y se durmió desnudo, su hijo Cam salió a denunciárselo a sus hermanos, más estos, tomando un manto, cubrieron la desnudez de su padre. Al despertar y saberlo, Noé condenó a Canaán, hijo de Cam, a ser esclavo de la estirpe de Sem.

Hace poco los más visibles precandidatos opositores hicieron el gesto noble de anunciar que respaldarían sin fisuras a quien resultase seleccionado en un proceso de consultas populares. Ese es el llamado y deber de todos los nicaragüenses que anhelamos liberarnos. El o la escogida puede que no sean de nuestra preferencia. Seguramente tendrá defectos y limitaciones innegables. Pero es la persona que, por lógica elemental y patriótica, habrá que apoyar sin reservas. Ese día callarán las carcajadas de El Carmen.

El autor es sociólogo e historiador. Autor del libro En busca de la tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019.

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