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La infraestructura de la democracia

El lunes, 31 de mayo, el presidente Joe Biden se trasladó con su esposa y su vicepresidente a deponer una corona floral frente a las tumbas de los soldados desconocidos que yacen en el Cementerio Nacional de Arlington. Esto porque el 31 de mayo es el día en que la Unión Americana conmemora a sus caídos en guerras.

La ceremonia fue sencilla, pero solemne y emotiva. Después de colocar la ofrenda floral y de rezar en silencio una oración y persignarse, Biden pronunció un discurso que fue uno de los mejores de su casi medio siglo de vida pública. Sus palabras no lograron la cobertura mediática que pienso que ameritaba, seguramente porque hay muchas otras cosas en el tapete norteamericano, como el centenario de la destrucción de un barrio de afrodescendientes por blancos en la ciudad de Tulsa, Oklahoma, que dejó un gran saldo de muertos. Pero por el contenido poderoso de sus palabras, les ofrezco abajo un resumen ejecutivo de lo que dijo Biden en Arlington.

Su mensaje central era subrayar la importancia de la democracia que describió como “el alma de América”. Es tan medular, Biden señaló, que miles de jóvenes norteamericanos habían sacrificado sus vidas para defenderla alrededor del mundo.

Biden sonó una nota de alarma al decir que “la democracia peligra alrededor del mundo” en donde “hay una pugna entre democracia y autocracia”. También tuvo la humildad de admitir que la democracia es imperfecta aún en su propio país y que peligra “hasta en casa” en clara alusión a recientes intentos de los republicanos en varios estados norteamericanos de obstaculizar, con nuevas leyes, una repetición de los altos niveles de participación ciudadana que se dio en las elecciones de 2020.

Concluyó reconociendo que “la democracia prospera cuando la infraestructura de la democracia es fuerte, es decir cuando el pueblo ejerce su derecho a votar libremente y con facilidad en comicios justos”.

La noción de la democracia es compleja y va mucho más allá que votaciones periódicas y limpias. Por ejemplo, es valiosa como un mecanismo para abordar y resolver cívicamente disputas internas —algunas de ellas profundas que reflejan importantes diferencias culturales— sin el derramamiento de sangre y la ruptura del tejido social de una nación. Pero indiscutiblemente al centro de la democracia es su capacidad para efectuar transiciones políticas en elecciones que son fiestas cívicas en lugar de permitir que esas diferencias y pugnas por el poder se enconasen y socavasen el pacto social que tiene que existir dentro de un pueblo.

Este año es el bicentenario de nuestra independencia de España. Además, para nosotros —los miembros de la gran y diversa familia nicaragüense cuyas diferencias son religiosas, raciales, económicas y hasta lingüísticas— es un año de elecciones nacionales. Sería saludable reflexionar sobre el estado de nuestra democracia y en cómo tender puentes y no construir paredes entre nosotros, fortaleciendo la “infraestructura” de nuestra democracia: las elecciones. Si logramos esto será más fácil forjar un futuro armonioso, próspero y equitativo para todos. Pero no nos engañemos. Lograr esto no será fácil. Implica domar la miopía, maniqueísmo, mezquindad, ambiciones desmesuradas, odio e inmadurez política que tanto daño nos han ocasionado en el pasado, y que siguen siendo el “pan nuestro de todos los días” de nuestra política.

El autor es un politólogo.

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