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Don Enrique Bolaños

Desde el 14 de junio de este año 2021, fecha de la ida de don Enrique a la otra vida, mucho se ha escrito sobre él. Su carácter, su habilidad como empresario privado y también en las negociaciones públicas, los intrincados negocios del Estado, de un Estado como Nicaragua que había perdido credibilidad internacional durante el gobierno anterior.

Recuperó don Enrique la confianza de quienes podían ayudar a la estabilidad económica: los países ricos, Estados Unidos principalmente. Cada día se establecían en Nicaragua dos o más empresas extranjeras que daban empleo a millares de desocupados. Ya se dijo esto y más, escrito por personas conocedoras de asuntos económicos. Publicó LA PRENSA una página, casi dos páginas sobre estas cuestiones, que en detalle dieron el resultado de un país casi solvente, con una deuda perfectamente abonable con recursos propios y que respaldaban la frase histórica que don Enrique acuñó en su momento de entregar el poder al sucesor: “Dejo la mesa servida”.

Pero lo dicho, dicho está por otros más capaces que yo en cuestiones económicas.

Me referiré a una virtud de don Enrique de la que nadie ha hecho referencia: Su accesibilidad con sus funcionarios. En mi breve paso por el Instituto de Cultura en 2005, cierto día conversando él conmigo y con otros funcionarios, después de la obligada reunión de gabinete de los lunes, me dijo: Ahora que usted está empeñada en la restauración de los cuadros de Colección Cortázar, hagamos un trato, présteme unos 10 o 15 cuadros para adornar el aeropuerto, al que veo desmantelado. Le respondí, hablemos eso en privado, ¿sí? Accedió. Cuando se retiraron los otros ministros le dije, don Enrique, no se puede sacar de un museo una sola pintura. Cuando sale alguna a otro lugar para ser exhibida, se le asigna un precio y se paga un seguro. Otra cosa, las pinturas se degradan cuando están expuestas a luz inadecuada, y se corre el riesgo de que las toque la gente. Ah, dijo don Enrique, yo no sabía eso. Yo tampoco le contesté. Hasta ahora he aprendido muchas cosas ya sobre el trabajo. También le propuse que hiciéramos otro trato, hagamos copias de las originales y estas serían propiedad de quien él designara. ¿Cuánto valdrá eso?, preguntó. Unos cien mil córdobas, respondí. Hasta allí llegó el asunto. Don Enrique era pinche.

Guardaba muy celosamente los fondos del Estado, por eso, como no lo dejaron intervenir en los trabajos que había dispuesto ejecutar durante su mandato, causa la alianza entre Ortega y Alemán, quienes no permitieron acciones que dependían de autorización no solo del ejecutivo sino de la Asamblea Nacional, boicotearon hasta su proyecto de contratar una barcaza que desde el mar mejorara los servicios de luz y otros que fueron malos durante toda su administración. Al dejar el poder Bolaños, Ortega ejecutó los planes de mejora de la energía eléctrica, que solo estaban de ponerlos a funcionar.

Dice J. Gunter, escritor alemán, que una sola anécdota sobre un personaje ilustra más que tres perfiles.

Como escribió el doctor Norman Caldera “hace falta don Enrique”. Mucho enseñó a quienes tuvimos alguna cercanía con él. Como sabía hacer dinero, era económico con los bienes propios y con los del Estado. Dejó repletas las arcas del país como don Vicente Cuadra, aquel presidente de los 30 años conservadores del siglo XIX.

“Hace falta don Enrique” para que los funcionarios del Estado puedan externar opiniones y hasta contradicciones, respetuosas, claro, al presidente de la república.

No se equivocó don Enrique Bolaños cuando en su discurso de toma de posesión dijo que quería ser el “mejor presidente de Nicaragua”.

La autora es profesora retirada.

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