No se puede tenerlo todo. Nicaragua arrancó ilusionando con el triunfo 6-4 contra Corea del Sur, creímos haber subido a las nubes y no necesitaríamos paracaídas para bajar. Un día después Panamá pinchó el globo para estrellarnos 13-6 en un duelo que se pasó ganando en casi todo el desafío.
La gran fortaleza de las tropas nicaragüenses a lo largo del tiempo ha sido su picheo por encima del bate. Hacemos carreras a arañazos, ladrillo por ladrillo. Esta selección ha demostrado un gran músculo ofensivo con dos cuadrangulares en dos duelos, 12 carreras producidas y 14 imparables. Hay pólvora, hay fuegos artificiales en el cajón de bateo, pero el gran dolor de cabeza es el picheo.
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Ningún lanzador ha lucido inmenso, sobrado para el nivel Sub-23, ni siquiera Leonardo Crawford, quien juega en la categoría Doble A con los Cerveceros. A pesar de todo, ha sido el único que no permite carreras en más de dos entradas. El abridor originario de la Costa Caribe salió a flote cuando tenía amenazas y se sostuvo cuatro entradas limpias. Durante ese trayecto brindó tres bases por bolas (raro para alguien controlado) y cedió cuatro imparables. Después de Crawford, el resto de lanzadores son un coladero, ni siquiera Dilmer Mejía llamado a ser figura pudo mantener una ventaja de tres carreras tras el jonrón de Milkar Pérez contra Panamá. En tan solo 2.2 inning ya tenía cuatro carreras encima.
Es complicado sostener encuentros cuando se producen seis carreras en promedio por partido, pero se lanza para 5.60 en efectividad, y peor aún, se permiten 8.5 carreras por juego. Así que para que la ilusión regrese se debe dar un giro drástico del picheo, mostrar otra versión de sí mismos. Para esta noche ante Venezuela (8:30 p.m.) está destinado Santos Jarquín, el muchacho sensación del Pomares y líder en efectividad.
No se puede tenerlo todo, pero al menos se podría regresar la ilusión venciendo al líder del Grupo B como son los venezolanos, con dos triunfos, sin reveses.