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Aportando hacia un futuro prometedor

Cuando tenía 17 años, mi tío —hermano de mi mamá— abrió la puerta de su casa y me dio un hogar donde vivir. No estaba en obligación de hacerlo, pero después de consultarlo con su esposa, con quien se acababa de casar, me brindó una oportunidad de quedarme en el país, ya que mi familia había optado por ir a Estados Unidos a vivir.

En esa casa pasé 8 maravillosos años, lleno de mucho aprendizaje y consejos, gracias al amor de una familia que tomó la decisión de dejarme formar parte de su núcleo y ser mis guías durante mis últimos años de secundaria y mi carrera universitaria. Siempre estaré agradecido con el apoyo brindado a los que hoy llamo mi segunda familia.

Recientemente, tuve una experiencia parecida donde le di la bienvenida a alguien que tuvo que tomar la dolorosa decisión de abandonar a su patria y exiliarse a un lugar poco conocido.

No divulgaré su nombre durante este artículo; ese anuncio le corresponde a esa persona. Lo que sí relataré es un poco de la experiencia durante la semana que esta persona pasó en mi hogar y lo hago para que cada persona que lea este artículo sepa que lo que están pasando muchos exiliados es difícil, incómodo y doloroso.

Nadie… repito, nadie quiere dejar todo atrás, mucho menos forzosamente, para moverse a tierras lejanas. Desde las personas que se van del país para buscar un empleo digno que ayuda a sostener a su familia, los jóvenes que desean avanzar su carrera académica y tristemente los que han tenido que salir huyendo de una dictadura que prefiere recetar represión, cárcel o muerte a quienes se han vuelto en su contra en vez de establecer un verdadero diálogo, escuchar sin recurrir a las armas o a lo mínimo… practicar un poco la democracia para el mejoramiento del país. Créanme, todos preferirían quedarse en casa.

Nicaragua ha vuelto a la década de los 80, no solo con patéticas siglas blancas sobre la falda de una montaña, sino también con el éxodo de sus ciudadanos, en especial el futuro de nuestra nación.

Conozco a esta persona desde mediados del 2020 cuando estaba en la recta final de publicar mi segundo libro sobre los inicios de la rebelión de abril titulada Entre lucha y esperanza. Su timidez y humildad sobresalían al intercambiar información e ideas y fue un tremendo placer trabajar con esa persona en un proyecto que, a pesar de que tiene un año de haber sido publicado, aún no ha podido ser ofrecido en las librerías del país debido a su temática y fuerte crítica, algo que hoy vive el señor Sergio Ramírez con su obra Tongolele no sabía bailar.

Esta persona pasó un tiempo tanto en el Chipote como en la prisión y recibió abuso, tanto psicológico como físico. Durante los inicios de la lucha participó en los tranques y ayudó a heridos. Vio pasar balas y estuvo cerca de recibir alguna. Fueron muchas cosas más, pero no puedo ser tan explícito. Digamos que la participación de esta persona es digna de admiración, ya que sacrificó tanto —familia, amistades y su futuro académico— por algo justo y estoy seguro de que no hay arrepentimiento. Pero las circunstancias, el poder absoluto y la corrupción podrida de aquellos en el poder causaron su exilio.

Yo recibí a una persona mentalmente débil. Imagínense cómo deben de estar muchos exiliados que aún no han podido llegar a su destino final —los que tuvieron que salir por veredas, ya que sus nombres están en una lista negra en cada puesto fronterizo y en el aeropuerto, o los que lograron entrar, legal o ilegalmente, y están en el proceso de asilo—, algo sumamente exhausto. Están derrotados y cuidado sin muchas esperanzas al saber que tendrán que empezar de cero, pensando en sus seres queridos y demás personas que tuvieron que dejar atrás, algunos sin poder decirles “adiós”.

Mi misión era de ayudar a esta persona a levantarse e iniciar un nuevo ciclo en su vida, uno donde no podrá regresar a su nación por temor a prisión o peor. Muchos de sus compañeros han tenido que correr con la misma suerte de tener que partir y seguir adelante en otro país, otros se encuentran presos injustamente.

 Mi misión también consistió en transmitir un mensaje claro e imperativo: “A pesar de que dejaste un gran pedazo de tu corazón en Nicaragua y con la lucha, todavía necesitas pensar en ti y tu futuro”. Eso no me fue fácil decir a una persona que dedica tanto a algo que —a 3 años— aún no ve un final deseado.

Mi casa fue su casa, mi mesa y comida igual. Visitamos al padre Edwin Román, quien le dio palabras de aliento y la bendición. Ayudé con lo que podía, ¿con qué exactamente? Eso no tiene importancia, pero esta persona nunca fue mi huésped, sino parte de la familia y en los momentos finales antes de que partiera a su siguiente destino, en búsqueda de un asilo no deseado —pero necesario— nos despedimos tristemente con un fuerte abrazo y un hasta pronto.

Ese momento me hizo recordar lo que una vez me tocó pasar, y aunque no fue bajo las mismas circunstancias, entiendo cómo se siente. No sé si volveré a hacer algo similar, pero estoy seguro de que con ayudar a esta persona a caminar un nuevo rumbo, su futuro será más prometedor.El autor es maestro y autor de obras sobre los inicios de la rebelión de abril en Nicaragua. Puede descargar y leer sus libros gratuitamente a través de http://nestorcedenoautor.wordpress.com/libro

Opinión futuro prometedor archivo
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